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Escribir 'presidenta del Consell' y no poner detrás 'Maria Antònia Munar' era algo impensable hace tan sólo seis meses, pero desde ayer ya se pueden ir haciendo a la idea de que no, de que tras leer 'presidenta del Consell', ahora toca seguir con 'Francina Armengol'.

A las dos presidentas, saliente y entrante, les separa una generación política. La de Munar es la de los inicios democráticos, de Félix Pons o Gabriel Cañellas, de Alexandre Forcades o de Francecs Triay; una generación de políticos marcada por los principios ideológicos, muy alejada detecno boom que impera en la generación a la que pertenece Francina Armengol.

Maria Antònia Munar se va varios años después de que lo hicieran Félix Pons y Cañellas, Alexandre Forcades o Francesc Triay, y con ella se va el último representante de una forma de entender la política más desde la ideología que desde las realizaciones.

En su retirada ha tenido la merced de ceder la institución, ministrils y gegants incluidos, a una representante de ese tecno boom político con el que comparte tan poco. Porque la heredera de Munar, la legítima depositaria de la vara de mando del Consell -sí, legítima, aunque le pese al PP-, está mucho más cerca de la generación política de Munar que de la suya propia. Mucho más ideología que tecnocracia, algo que ahora tratara de trasladar a la institución insular.

Difícil, porque la ya ex presidenta del Consell ha dejado su impronta en todos los rincones de la sede insular. El Consell sin Munar no será lo mismo. Ni el Consell ni la Diada ni las inauguraciones ni los presupuestos ni los plenos de la institución... Nada. Munar se va con el trabajo hecho tras doce años de profunda transformación de la institución insular. Ella misma asegura que su retirada no es estratégica, que responde a que ya no se sentía con ideas nuevas para aportar en el Consell. Este trabajo no se lo deja a uno de sus herederos lógicos, sino a alguien de ideología muy distinta, pero con la misma fuerza y pasión política que tenía ella cuando comenzó.