TW
0

El precipitado abandono del ciclista danés Michael Rasmussen de la presente edición del Tour de Francia, cuando precisamente encabezaba la clasificación general de la carrera, ha supuesto un nuevo aldabonazo sobre las condiciones físicas en las que se practica el ciclismo profesional del máximo nivel.

Como en ocasiones anteriores, el Tour se ha situado en el centro de la polémica. Los precedentes de las actuaciones que las autoridades galas han realizado contra el uso de sustancias no autorizadas por parte de los deportistas, algunos de ellos no exentos de polémica, de poco o nada han servido. Rasmussen dejó el Tour para no tener que confirmar aquello que los mismos responsables de su equipo, el Rabobank, sospechaban desde hacía semanas. En esta misma edición del Tour el ciclista kazajo Alexandre Vinokourov también fue expulsado del Tour acusado de dopaje, al igual que el italiano Cristian Moreni. En la etapa de ayer ningún corredor lució el 'maillot' amarillo de líder del Tour, prueba irrefutable de lo anómalo de la situación que vive la prestigiosa prueba ciclista.

El análisis de la situación no puede obviar las coincidencias existentes en la carrera gala como centro de la persecución de los deportistas fraudulentos, una actitud que "a la vista de los resultados" no parecen compartir el resto de las grandes pruebas ciclistas europeas. Da la impresión de que no hay, por el momento, una homologación entre todas las organizaciones sobre los niveles de exigencia en el «juego limpio» de los ciclistas. Esa, quizá, podría ser una vía para comenzar a atajar el problema; la otra pasa por replantear los niveles de exigencia a los que son sometidos los profesionales de la bicicleta por parte de sus equipos y los organizadores.