argas colas para recoger las dos sardinas recién asadas y buscarse una silla o mesa donde compartir humanidad: un ritual celebrado con el orden de las celebraciones asumidas como propias. La plaza de Sant Jordi, el marco exacto para escenificar una trobada que no fue tal. No hubo otros grupos de habaneras porque así lo reclamó el pueblo el año pasado, cansado de no disfrutar de sus ídolos.
Reencuentro, en todo caso, de la banda con sus fans, de la cultura popular con el arte, de la gente con los políticos (Aina Calvo, Biel Barceló, Nanda Ramon, Sebastià Serra...) o viceversa, al margen de fotos y mítines: cada uno ponía el pan, si quería, y debía buscarse el refresco o el vino. La velada empezó tarde, quizás para caldear un ambiente de rigurosa fiesta popular, no sólo tradicional. Arpellots Havaneres Band es sólo un componente del entramado social que culmina en este recital marinero y que se apoya, como toda sólida relación, en la gastronomía, la que auspician los Arpellots Muts. Ellos son la masa social que sustenta la fiesta, a modo de hermandad que no admite nuevos miembros si no llegan bien apadrinados y que asegura la infraestructura de humor y solidaridad que musican los diez componentes de la banda. Canciones de mar y melancolía, de amor y realismo cotidiano, introducidas por uno de los cantantes para situarlas en su contexto con intención casi didáctica. Una larga selección (que no duró hasta las 4 de la madrugada anunciadas casi con la misma convicción que el puntual granizo del 15 de agosto), interpretada con buen estilo y mejores voces, aglutinadas en torno a un estupendo acordeón.
Doce años después de la primera edición, a la que llegaron tras haberse fogueado en la coral del pueblo, ya han sacado su segundo disco. Motivo de alegría y celebración como la que presidió una velada mecida por un aire de felicidad veraniega.
Emili Gené
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