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La Organización Para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) ha hecho público un documento en el que en líneas generales señala el peligro que supone para la noción misma de democracia el que no se apliquen políticas eficaces para mitigar la pobreza. Se trata de la primera vez que este organismo, que representa a las democracias más ricas del mundo, emite un comunicado de estas características, y precisamente lo ha hecho desde Santiago de Chile, algo que va más allá de la casualidad si tenemos en cuenta que en la actualidad Latinoamérica es la región del planeta en la que se dan los mayores índices de desigualdad. En realidad los responsables de la OCDE no han descubierto nada nuevo, pero no está de más que estas cosas se digan en voz alta y, sobre todo, que esa voz provenga, por así decirlo, del mundo de los ricos. Es evidente que en tiempos de gran bonanza económica un injusto reparto de la riqueza podría generar un desencanto de las poblaciones más pobres en lo concerniente a su fe en la democracia como sistema. Algo que, por cierto, ya están cantando las encuestas. Así, apenas el 21% de los ciudadanos latinoamericanos cree que los impuestos que pagan son bien empleados por sus respectivos gobiernos. Del mismo modo, no llega al 60% la cifra de los mismos que opina que la democracia es mejor que cualquier otra forma de gobierno. Es un hecho que hoy unos 200 millones de latinoamericanos viven en la pobreza, cuando esta región del planeta ha experimentado un muy notable crecimiento económico, debido en buena medida al aumento de las inversiones extranjeras. La conclusión de todo ello es muy sencilla: no se ha aprovechado la bonanza económica del momento para paliar situaciones de auténtica miseria. ¿Alguien puede reprochar a quienes padecen esa miseria que no sientan gran entusiasmo por la democracia?