Están dolidos y tienen razón. Parte de la ciudadanía les ha dado la espalda y los han tratado como lo que no son. Los perjuicios han ganado sobre las personas que viven en el albergue Can Pere Antoni. El centro será demolido en cuestión de días y sus usuarios serán trasladados a otra ubicación, provisional.
En s´Arenal los rechazaron y el Consistorio busca, de forma desesperada, otro lugar. No les está siendo nada fácil, prueba de ello es que si no, estos usuarios ya estarían aposentados en la nueva «casa» desde hace tiempo.
Un gran panel con anuncios clasificados de trabajo, todos subrayados, ocupa buena parte de las paredes en la entrada del albergue: el centro desconocido e ignorado por muchos ciudadanos que desconocen el tipo de vida de las personas que habitan en Can Pere Antoni. Un lugar de transición y de paso para mucha gente que necesita y desea dar el salto al mundo laboral y empezar una nueva vida.
El director de Can Pere Antoni, Alfonso Suárez, explica que se trata de un servicio de acogida que trabaja de forma individual con cada una de las personas con el objetivo final de conseguir su inserción laboral. «La idea es que cuando una de estas personas entra, busque trabajo, y lo encuentre para poder alquilar una habitación», explica.
Este proceso se computa con una estancia de entre 3 y 4 meses, aunque muchas de estas personas suelen estar un par de semanas. «La mayoría de estos usuarios no se sienten personas excluidas», asegura Suárez.
Can Pere Antoni tiene cabida para 57 personas, actualmente acoge 38. El perfil del usuario es muy concreto, asegura Suárez, «tienen que ser mayores de 18 años, gente comunitaria, con permiso de estancia y trabajo», apunta y añade que el centro acoge personas con «riesgo de exclusión ya sea por su situación personal o porque no tienen trabajo o por motivos de salud», dice.
Por la mañana no hay casi nadie, porque la mayoría está buscando trabajo, recomendado por el mismo centro, o para hacer alguna entrevista personal.
José Rodríguez es uno de los usuarios del albergue Can Pere Antoni. «Estoy a la espera de una residencia, no tengo familia», dice. Tiene 62 años, está jubilado y lleva poco más de un año en este centro.
En la misma situación se encuentra su compañero Rigoberto. Los dos no son precisamente el perfil que más abunda en el albergue. «En s´Arenal nos han tratado muy mal, nos han hecho daño» aseguran. «En Can Pere Antoni no hay gente drogada ni borracha porque si no, no entras. Tampoco es un hotel, tienes que demostrar que estás predispuesto a tirar adelante», comenta Rodríguez y añade que «cuando me vaya a una residencia no estaré tan bien atendido como aquí».
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