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Hubo un tiempo en el que el mundo entero estornudaba cuando la economía estadounidense se resfriaba y por lo que estamos viendo, la situación todavía está lejos de cambiar. Bien es cierto que los analistas económicos aseguran que Europa se encuentra mejor asentada que Estados Unidos, pero en estos momentos todavía podemos aplicar aquel viejo adagio que aconseja poner las barbas a remojar cuando las del vecino veas pelar.

La Administración Bush, en estos últimos meses que le quedan, ha reaccionado con cierta tardanza a una situación financiera que ha estallado en las manos de los bancos. La crisis crediticia todavía tardará en recuperar la normalidad y según algunos expertos, sus consecuencias serán aún más graves de lo previsto. La rebaja de tres cuartos de punto en los tipos de interés promovida la semana pasada intentará reactivar una economía que va perdiendo confianza por momentos, aunque sea pagando el alto precio de una subida de la inflación. Tres de cada cuatro norteamericanos cree que el país ha entrado en recesión, a pesar de que las cifras de desempleo son positivas y el crecimiento del PIB, también. Con este sentimiento de pesadumbre, el consumo está en entredicho y las perspectivas de futuro no dejan de ser inciertas ante la pérdida de valor del patrimonio inmobiliario de millones de familias.

El boom económico registrado en el gigante estadounidense en este último mandato de George Bush ha llegado bruscamente a su fin y según los planteamientos de algunos expertos, nunca más veremos otro repunte parecido. Quizá la época de las vacas gordas se ha terminado y, por si la tendencia resulta general, más nos valdría tomar aquí las medidas correctoras necesarias para evitar caer en una situación similar.