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He viajado hasta Cochabamba para mantener una entrevista con Víctor Zeinner. Por ello, a mediodía he tomado un avión de AeroSur que en 35 minutos me ha dejado en esta ciudad. En un taxi me he trasladado hasta la confitería Cristal, en la avenida de las Heroínas, en la que Zeinner me está aguardando haciendo un crucigrama.

Es alto, tiene el pelo gris, ha sobrepasado los ochenta años, pero su mente es lúcida y su memoria como la de un elefante. Abogado y periodista, pero sobre todo comunista convencido, ha luchado por las reforma agraria del país, y se declara admirador de Fidel y el Che. Pero de momento, la historia no le está haciendo justicia. Él fue, a instancias del ex ministro del Interior, Antonio Arguedes, quien trasladó en dos viajes rocambolescos las Memorias del Che, sus manos conservadas en formol en el interior de un frasco y su mascarilla mortuoria hasta La Habana, entregándoselas a Fidel. Y a petición de éste, y a través de un mensaje cifrado: Envíen diez ejemplares de El Desafío Americano, de Jean Jacques Schreiber, «por supuesto, tras haber consultado con Arguedes» "dice" autorizó su publicación en Cuba.

Es más, no sólo no se lo han reconocido como se merece, sino que han salido otros, como el periodista chileno Hernán Uribe, o el comunista boliviano Juan Coronel, que han tratado de usurparle el mérito. «A mí me da lo mismo que digan que han sido ellos. Yo lo puedo demostrar, ellos no».

Lo primero en viajar a La Habana fue el Diario del Che. «Arguedes me citó una mañana en un lugar. Me advirtió que llegaría en un coche azul, de cristales oscuros, y que abriría una de sus puertas por la que debía de entrar yo. Y así fue: llegó el coche, se abrió la puerta, entré y me encontré con él». «Y si encima ponemos la radio en marcha "me dijo el ministro", mejor. Más aislados estaremos».