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De nuevo la tragedia vuelve a golpear a las tropas españolas desplegadas en el extranjero. En esta ocasión dos soldados, un cabo primero y un brigada, han fallecido cuando un terrorista suicida ha estrellado contra su blindado una furgoneta cargada de explosivos. Y, en estas circunstancias, es bueno que nos detengamos para reflexionar y nos demos cuenta de los enormes riesgos que entrañan las misiones que tienen encomendadas nuestros militares allende nuestras fronteras. En especial, claro está, la lucha contra los talibanes en territorio afgano. Unos talibanes que son incapaces de distinguir y que consideraban norteamericanos a los blindados que acompañaban a vehículos del Ejército de su propio país y que siguen ejecutando su particular ejercicio de terror cuando y donde pueden.

En estos momentos, no deberían caber ejercicios interesados de reproche, puesto que estamos allí por mandato de Naciones Unidas y con el claro objetivo de poner cerco y fin al terrorismo radical islamista amparado, incentivado y ejercido por los talibanes. Y, evidentemente, en esta lucha existen enormes peligros y grandes dificultades. Es por ello loable el esfuerzo notable que llevan a cabo las Fuerzas Armadas donde deben efectuar sus misiones por mandato del Gobierno y de los organismos internacionales en los que estamos integrados.

Y, evidentemente, es necesario, como hicieron ayer tanto el Rey como el presidente del Ejecutivo español, mostrar cercanía con los familiares de quienes han arriesgado sus vidas y las han dado al servicio de la paz y de la libertad, cumpliendo con la misión que les fue asignada muy lejos de sus hogares y de sus seres queridos.