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El 13 de diciembre de 1940, llegaron al campo de exterminio de Mauthausen 867 presos españoles, la práctica totalidad de ellos soldados republicanos, procedentes de un campo de concentración "que en Francia denominaban de acogimiento" de Estrasburgo. Entre estos hombres se encontraba José María Aguirre (Markina, 1919), que pasaría cuatro años y medio prisionero en Mauthausen o en alguno de los 79 subcampos de exterminio que había en los alrededores. Su número de preso era el 4553.

Los supervivientes serían liberados en mayo de 1945 por el Ejército Americano. La experiencia había sido tan terrible y brutal, que Aguirre tardaría 55 años en poder hablar públicamente de ella, en concreto, a partir de 2000, y hasta 2005, periodo en el cual dio un total de 72 charlas en Mallorca, sobre todo en colegios. «Era una obligación moral contar lo que había pasado», explica Aguirre.

El Colegio Nuestra Señora de la Consolación, ubicado en la barriada palmesana de es Vivero, le rindió ayer por la tarde un emotivo homenaje, «por sorpresa», con motivo de sus 90 años de edad, que había cumplido el pasado 25 de marzo. Fue recibido por los alumnos y alumnas del centro con aplausos y a los acordes del 'Cumpleaños feliz', interpretada a capela. A continuación, apagó las velas de la tarta que también le habían preparado. Observándolo todo, la profesora Carmen Martínez, organizadora del homenaje.

Aguirre se encontraba acompañado por quien ha sido su compañera en estos últimos 50 años, Sara. Ambos respondieron a todas las preguntas que les hicieron, todas ellas muy pertinentes, oportunas e interesantes.

Hubo tiempo para hablar del trabajo en las canteras, de cómo Aguirre salvó su vida milagrosamente, de las cámaras de gas, del exterminio de los judíos, de la solidaridad entre los presos y de la bondad del doctor Freixas, de la frase que más emocionó a Aguirre escuchar, «La guerre est finie» («La guerra ha terminado»), de su llegada a Mallorca a finales de los años cincuenta, en donde trabajó en un hotel, de su vuelta de visita a Mauthausen, a finales de los años setenta, de sus pesadillas...

Y hubo ayer también tiempo para los regalos, y para una merienda. Y para bromas, y sonrisas. Y para hablar de la vida. Acaso, sobre todo, para hablar también ayer, más que nunca, de la vida.