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ALEX CABOT Lla escalinata de la Seu fue el escenario de la representación del Via Crucis de Llorenç Moyà en su vigesimocuarta edición. La única diferencia a priori con respecto a las ediciones anteriores era que ya no estaba la Cruz de los Caídos presidiendo la función del Viernes Santo y no se le echó en falta. «La cruz no era esencial, lo importante son las escaleras como símbolo del calvario y la Seu», explicaba el director de la obra, Bernat Pujol, poco antes de comenzar la función.

Recién alcanzado el mediodía salieron los miembros del grupo Taula Redona, ya vestidos para la función, de camino hacia la Seu al ritmo de tambor y acompañados por varios turistas que inmortalizaban con sus cámaras digitales cómo Jesús (Àngel Colomer) caminaba con rostro impasible hacia su crucifixión, también acompañado por los dos ladrones, que sí ofrecían resistencia a los tirones de los soldados romanos.

Ya en la escalinata de la Seu, comenzó la interpretación de la obra de Moyà. La afluencia de público fue notable, como en cada edición; el tiempo acompañaba y todo el espectáculo rozó la perfección. Incluidos los efectos de sonido y las voces, que multiplicaron la emoción del público sin restar protagonismo al trabajo de los intérpretes.

Durante las catorce paradas que hizo Jesús en su camino a la cruz, el descenso y la resurrección, el público presente vio el gran trabajo de los actores y actrices, que mostraron un amplio abanico de sentimientos con sus gestos faciales y expresión corporal. No emitieron sonido alguno, pero el dolor, la ira o la pena se hicieron notar en la piel de los presentes. Especialmente en la primera caída de Jesús y momentos antes de la crucifixión.