Bassirou contempla desde el balcón las calles de Palma, ciudad en la que volverá a empezar.

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«Llamé a mi madre cuando llegué a Canarias, después de cuatro días de travesía, y me preguntó 'dónde estás' y yo le contesté, 'donde quería ir'». Así de claro lo tenía Bassirou Gueye, que a sus 16 años es uno de los miles de menores de origen subsahariano que cada año arriesgan su vida para llegar a las costas españolas en cayuco.

Tras dejar atrás todo su mundo para aventurarse en otro desconocido con tan sólo 15 años y sin decirle nada a nadie de su familia -«no podían hacer nada, sólo apoyarme en mi decisión»-, Bassirou pasó un año y medio en un centro de menores en Canarias y ahora acaba de llegar a Palma para ser acogido -hasta que cumpla los 18 años- por una familia de su misma nacionalidad, una iniciativa pionera de la Conselleria d´Afers Socials, Promoció i Immigració.

«Yo no quería venir, porque en el centro al menos tenía amigos y jugábamos al fútbol, pero me dijeron: no hay nada que explicar, te tienes que ir». Y da gracias, porque «ahora estoy contento, las personas que he conocido y con las que vivo son muy buenas, me tratan muy bien». Bassirou se expresa en castellano y no lo hace mal (aprendió en Canarias), su mirada revela inteligencia y fortaleza y aunque no rechaza ninguna pregunta, huye del dramatismo: «Mi viaje en cayuco fue uno de los mejores que ha habido, éramos unas treinta personas, estuvimos cuatro días en el mar, pero todo fue muy tranquilo».

Nacido en una familia muy humilde en Thest, trabajó como pescador desde los 10 años, cuando a los 15 decidió que era hora de marcharse. Sus contactos entre las personas del mar le permitieron embarcarse sin tener que pagar nada. Su referencia de lo que le esperaba eran los que habían regresado, «que siempre volvían con dinero para comprarse casa y coche». Pero no tardó en darse cuenta de que «no es nada fácil». «No esperaba que mi vida en España fuese a ser así, es mejor que como vivía en Senegal pero pensaba que iba a ser mucho mejor, sobre todo en Canarias, en un centro con tanta gente. Aquí en Palma llevo menos de dos semanas, pero ya veo que me está cambiando la vida».

Ya ha paseado por la ciudad, ha estado dos veces en el cine en el Parc de la Mar y pronto espera tener un equipo de fútbol en el que jugar. Aún no sabe qué será de él en el futuro -como a la mayoría de los chicos de su edad le gustaría ser futbolista-, pero dos cosas sí tiene claras, que «nunca me he arrepentido de haberme marchado» y que un día podrá volver a su casa, «cuando encuentre lo que he venido a buscar: un trabajo»