José María Rodríguez. | Joan Torres

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El viejo zorro se las sabe todas. José María Rodríguez se va de viaje. Este martes llega María Dolores de Cospedal pero no podrá enseñarle los colmillos al Buda pepero palmesano, que le ha dado portazo por un «compromiso inaplazable». Toma leche, cospedaleche. María Dolores se ha quedado compuesta y sin tigre al que darle una buena tunda de latigazos. Encima llega tarde por problemas de agenda. En Palma, rodeada por el reverencial Miquel Vidal, el número uno Mateu Isern y los miembros del comité electoral, la exhibirán en el acto de presentación de listas y se la llevarán a comer al restaurante Ses Dressanes del Paseo Marítimo, cerca del mar y las barquitas, procurando que no se caiga. Ya se encargarán de que no haga ningún desplante porque el horno no está para bollos. Con su espantá, Rodríguez «le ha demostrado a la Cospe que los tiene cuadrados, bien puestos y que no traga con chulerías, por mucho que vengan de la secretaria general y de los mandones de la calle Génova que no tienen ni pajolera idea de lo que es Mallorca», dice con orgullo la fuerza de choque rodrigista.

El asunto es serio en Palma. Los rodriguistas no se han puesto a trabajar cuando falta menos de un mes para la llamada de las urnas. Oficialmente, «están muy desmoralizados, deprimidos y tristes». En realidad afilan las navajas después de que Álvaro Gijón fuese defenestrado de la lista por decisión de María Dolores. Esto huele a caída de votos del PP en la capital, con todas las de la ley. Los rodriguistas quieren demostrar quién manda ahora y quién mandará después del congreso del año que viene. Se proponen dejar «en ridículo» la lista encabezada por Isern. «Basta con que no nos movamos».

La cara

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Y además saben salvar la cara. Este lunes salió de la sede una carta dirigida a toda la militancia de Palma. Piden voluntarios para ser apoderados en las mesas e interventores el 20-D. Pero los conocedores de las interioridades del rodrigato aseguran que se trata de «una jugada de galería, para que no les puedan decir nada si Isern se pega una nata de mil demonios». En realidad están brazos cruzados, rumiando venganza. Nadie se apunta. El día de las elecciones en Palma hacen falta al menos 500 gladiadores que trabajen durante toda la jornada. Su concurso es clave. Unos se sitúan dentro de cada colegio electoral y penetran con la mirada a los votantes. No necesitan palabras para demostrar su poderío y su presencia. Se imponen con sus ojos a los que tengan tentaciones de cambiar de voto. Mientras, otros escudriñan el censo y se dedican a llamar por la tarde a todos los suyos (o aparentemente suyos) que no han ido a votar. Lo controlan todo de pe a pa. Hasta los ciudadanos que van a misa el domingo por la mañana y luego pasan por los colegios electorales. No se les escapa ni una mosca. Si el veinte se quedan en su casa: «tururú-tururú».

Sin los 500 gladiadores Isern quedará tocado. Y a todo eso lo dirige san José María, que en épocas pretéritas logró mayorías espectaculares para su partido. Todo indica que esta vez no será así. Si Rodríguez se inhibe, automáticamente sus batallones se transforman: de trabajar como perros sedientos se convierten en marmotas tocando la flauta. Eso es lo que todo indica que pasará el 20-D. Isern tiene gente detrás «pero mucha menos». Además «son muy señorones, caracoles del Casco Antiguo que no saben ni moverse. Con éstos no harán nada. Y mejor si no se dejan ver por las barriadas porque serán contraproducentes».

Habrá que ver como se toma María Dolores este martes el desprecio de Rodríguez y si habrá medidas. Parece que no. Nadie está para echar gasolina al fuego cuando falta poquísimo para la campaña electoral. Y el rodriguismo quiere guerra interna. El Alcázar no se rinde. Lo demuestra este viaje-tortazo-a-la-secretaria-general.