Pedro Sánchez y Susana Díaz durante un encuentro en la Feria de Abril de Sevilla. | Reuters

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Da la impresión de que con la pelea entre susanistas y pedristas se está hundiendo la península ibérica. Pero estas batallas internas son el pan y la sal del PSOE. Y lo mismo podría decirse del PSIB desde los años ochenta hasta nuestros días. No hay nada nuevo bajo el sol ni lo habrá tras la reunión de este sábado del comité federal socialista en la calle Ferraz de Madrid. Al final tirarán para adelante. El drama actual del PSOE no está dentro de sus filas, sino ante el pánico que ha despertado su competidor Podemos. Pero en asuntos de competencia externa también los socialistas han superado todo tipo de traumas.

En los años treinta la pelea entre besteiristas, prietistas y caballeristas acabó a menudo a puñetazo limpio (por no decir a tiros en alguna ocasión). Tras la frustrada revolución de Asturias de 1934, acabaron en la cárcel el grueso de los dirigentes de las Juventudes Socialistas, con Santiago Carrillo (hijo de diputado del PSOE) como primero de la lista. Luego el PSOE celebró elecciones primarias. Ganaron los caballeristas pero la dirección anuló muchos votos de afiliados que no estaban al corriente del pago de las cuotas. Eran los que se habían pasado una buena temporada en la cárcel. En la primavera de 1936 Carrillo y una delegación de las Juventudes Socialistas, cabreados con la dirección, se fueron a Moscú. A su regreso, acordaron incrementar el proceso de fusión con las juventudes comunistas. En noviembre de aquel año, Carrillo y la casi totalidad de las Juventudes Socialistas se pasaron al partido comunista en masa dejando al PSOE prácticamente convertido en un partido de cuadros, ¡en plena guerra civil y con Franco a las puertas de Madrid! En estas condiciones de desguace interno se fue el PSOE al exilio y la clandestinidad al acabar la guerra en 1939.

En 1974, en Suresnes (cerca de París) apareció un nuevo PSOE conducido por los jóvenes, con Felipe González como elemento más destacado. Tuvo el el apoyo de la socialdemocracia alemana y francesa. Borraron del mapa al PSOE histórico de Rodolfo Llopis, escuálido heredero del desguace de 1939. Unos años más tarde absorbieron al PSP de Enrique Tierno Galván, una formación de cuadros definidos por su escolástica marxista. No tardó en llegar la pelea interna y Felipe González hizo un amago de irse al ver que perdía un congreso. Entonces tuvo todo el apoyo de Alfonso Guerra. El ala izquierda del PSOE fue orillada y se crearon las condiciones para la victoria de 1982 (202 diputados). Comenzó la época dorada del PSOE en el poder. Pero entre peleas, mordiscos y zancadillas. Primero González chocó con Nicolás Redondo, secretario general de UGT, que le montó una huelga general en 1988. Y luego con Alfonso Guerra, su vicepresidente, que acabó dimitiendo en 1991. Los efectos de la inquina entre felipistas y guerristas, reacostumbraron al PSOE a vivir entre trincheras. Sus consecuencias, en forma de nuevos enfrentamientos, corrientes y grupos han perdurado hasta nuestros días.

La historia del PSIB también está marcada por los enfrentamientos internos. En los años 80 la corriente Socialisme i Autonomia, encabezada por Joan March, tuvo constantes roces con el alcalde de Palma, Ramon Aguiló. Además, una figura como Félix Pons, que no pudo ser president en 1983 al ser superado por Gabirel Cañellas, eligió el camino de Madrid, donde fue ministro y presidente de las Cortes. Pero, paradójicamente, no pintaba casi nada dentro del partido en Mallorca. Mientras, Calvià, primero comandado por Paco Obrador y luego por Margarita Nájera, iba literalmente a su bola respecto a la dirección balear. En 1991 Obrador se impuso y logró que le nombrasen candidato a la presidència del Govern. Perdió ante Cañellas. Y luego, como era de prever, hubo motín interno y lo fulminaron.

Con posterioridad el PSIB ha vivido elecciones primarias durísismas como la de Antich contra el tándem Crespí-Nájera en 1998 o la última, el choque Francina Armengol-Aina Calvo en las del 2014. Parecía que este partido iba a reventar. Pero al final...han acabado gobernando...las dos veces. Cabe recordar también que Antich pasó por el túrmix a la levantisca Unió Socialista de Palma, que capitaneaba Antoni Roig.

La historia socialista es eso: una pasión desaforada y por ello útil. Así ha pasado siempre y así ocurrirá a partir de hoy aunque la sede de Ferraz se convierta este sábado en un saloon de película del Oeste. Al fin y al cabo, un partido es el reflejo de su sociedad. Y aquí todos sabemos cómo son y cómo se las gastan la clase media ilustrada y la clase trabajadora consciente. Da más gusto una pelea que un café con leche a las ocho menos cuarto de la mañana.

Mirando a los socialistas convendría recordar la anécdota de cómo se convirtió al catolicismo el escritor británico Chesterton. Era anglicano. Pero un día entró por curiosidad en un templo católico. Escuchó atentamente el sermón. Quedó anonadado, sin habla. Y se dijo a sí mismo: «Si esta Iglesia, con sacerdotes tan malos, ha resistido dos mil años, es que tiene que ser la verdadera». Y se convirtió.

Como diría Lampedusa al analizar las consecuencias de un conflicto interno: «Nosotros fuimos tigres y gatopardos, y vosotros, alimañas y serpientes. Mas luego, todos juntos, tigres, alimañas, gatopardos y serpientes, nos sentiremos la sal de la tierra».