Carles Puigdemont presidiendo la reunión semanal del gobierno catalán. | IVAN ALVARADO

TW
21

Cuando Europa se despedazaba en la Segunda Guerra Mundial los aliados temían que la España de Franco entrase en guerra junto a Hitler aportando su potencial militar y, sobre todo, geoestratégico. Pero el viejo zorro Churchill afirmó: «No lo harán. Los españoles están hartos de pelear, de despedazarse a sí mismos». Era el mismo Churchill que unos años antes, cuando apoyaba el Comité de No Intervención durante la guerra civil, afirmó: «Dejad que los españoles se cuezan en su propia salsa».

Fuera nos tienen por un pueblo peleón e irreductible (con los catalanes en cabeza a la hora de salir a la calle sin miedo a que les partan la cara). Es así, guste o no guste.

Cuando en 1982 la armada británica rodeó las Malvinas y le dio el jaque mate a los argentinos, que habían quedado aislados, un general inglés dijo: «Esperemos que ahora éstos se comporten como argentinos y no como españoles». El militar británico se hacía así una sutil autocrítica. En el fondo estaba inquieto. Tan perfecto había sido el movimiento táctico británico que se habían incumplido por exceso de celo profesional dos principios básicos del arte de la guerra expuestos por Asun Tzu hace miles de años: «1) Deja siempre una vía de escape al enemigo. 2) Jamás ataques a un ejército enemigo que regresa a casa. Pelear con furia insuperable». Aquel militar temía en las Malvinas una resistencia numantina (por eso pensaba en los tozudos españoles), que no se produjo.

Todos estos conflictos, patéticos porque en el siglo HSI no cabe la lucha armada, son válidos para las mentalidades de hoy en día, aunque ahora las peleas se resuelvan de otra manera en las sociedades civilizadas. Pero el desarrollo intelectual de las jugadas tácticas y las líneas estratégicas son parecidas a las de los tiempos de Asun Tzu.

Noticias relacionadas

El conflicto catalán está tan liado, se han pisado tantos callos, hay tanto hartazgo en las protestas en las avenidas de Barcelona, se han puesto sobre la mesa órdagos tan enormes como amenazar con enchufarle treinta años de cárcel al president de la Generalitat, que por primera vez es posible un acuerdo por agotamiento de ambas partes. Y eso es lo más importante: cuando se han cerrado todas las vías, cuando no existe ninguna puerta de salida que no pase por la humillación del adversario, los conflictos se resuelven por agotamiento.

Sobre todo cuando manda la obsesión por humillar al adversario. Pase que Rajoy decida destituir al Govern de la Generalitat, pero que su manía sea que su Gobierno pase a controlar TV3 para que «no adoctrine» a dos millones de catalanes ya es tomar a la gente por tonta. ¡Con sus ganas por manejar un nuevo juguete televisivo se arriesga a perder apoyos en Europa, donde ha ganado por goleada! Por su parte, un Puigdemont que ha ido 'zumbao' hacia la independencia ahora ha perdido el freno que podría acarrear un acuerdo de compromiso. Rajoy se ha quedado con este freno y le obliga a estrellarse. Peor imposible, por ambas partes. Pero ahí puede estar la solución.

El conflicto catalán se puede resolver por hastío, que humaniza. Hace perder visceralidad y bilis, hace que se diluya el placer de la humillación. Serena ánimos y prepara para la reconciliación. Porque de eso se trata. ¿De qué sirve ahora encarcelar a líderes si lo que se pretende es convivir juntos en el futuro con el pueblo que los ha elegido? Es necesario un gesto de generosidad por ambas partes y alejar el peligro de conflicto social. Recordemos: en 1934 el Bienio Negro metió en la cárcel por rebelión a Lluis Companys. En febrero de 1936 volvió a hombros a la presidencia de la Generalitat tras las elecciones de febrero. En las sociedades inmaduras, del trono del poder a los barrotes del presidio sólo hay un paso. En las maduras, no.

Por eso es posible el acuerdo. Porque el nivel del vaso de los humillados y ofendidos por ambas partes ya desborda a todo quisqui, incluido Felipe VI, al que le han casi proclamado una república delante de sus narices. Cabe recordar que al último Rey de España al que le proclamaron repúblicas estando en el poder fue Fernando VII, hace dos siglos. Después ya no fue así. Cuando en 1898 se fueron Cuba y Filipinas, España era una regencia con Maria Cristina de Habsburgo-Lorena al frente y con el futuro Alfonso XIII siendo un niño. El mismo Alfonso XIII se marchó antes de que se proclamase la II República española en 1931. No se la restregaron por la cara. La humillación de Felipe VI durante estas últimas semanas ha sido enorme.

Por tanto, después de tanto follón y amenazas, el acuerdo puede llagar por su propio peso, como un alivio para todos: Que Puigdemont convoque elecciones autonómicas y que Rajoy se meta el uno-cinco-cinco en el bolsillo. Estamos más cerca de esta salida de lo que muchos creen. Sólo hace falta un poco de sentido común por ambas partes y que se dejen de vejar los unos a otros, taponando todas las vías de escape.