Francina Armengol. | M. À. Cañellas

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Cada vez hay más comentarios en el PSIB sobre el aislamiento en que se ha metido Francina Armengol, presidenta del Govern y secretaria general de este partido. Se ha encerrado en el Consolat como si fuese el convento de Sant Clara, de monjas de claurusa. Cada vez la ven menos en contacto con los cuadros intermedios y con los militantes, Vive rodeada de su grupo pretoriano de extrema confianza, que también está alejado del pulso del PSIB. El síndrome del Consolat no es nuevo, pero jamás el partido socialista había llegado a los niveles actuales de cortinas desplegadas que separan el pináculo del poder institucional de las venas de la organización.

En las dos etapas de Francesc Antich en el passeig Sagrera ya se hablaba de un cierto ensimismamiento, pero sólo relativo. El ahora senador mantuvo siempre bien conectado el cordón umbilical con el PSIB, entre otras cosas «porque esta tarea correspondía a Armengol, que antes tenía muy claro que todo aislamiento es perjudicial». El problema es, según fuentes socialistas, que «ahora Francina no tiene ni busca a nadie que desarrolle este trabajo conector». De ahí este ambiente de torre de marfil donde mora la bella durmiente.

Francina vive centrada en desarrollar bien su tarea de presidenta del Govern y se apoya en sus mejores consellers, Yago Negueruela y Catalina Cladera, «muy valorados por el trabajo técnico que desarrollan, pero con escasa ligazón con el PSIB». Esta orfandad de transmisión es común a casi todo el equipo de confianza que trabaja en el passeig Sagrera.

A medida que avanza el año preelectoral esta clausura en vida empieza a preocupar seriamente. El año que viene el PSIB deberá pelear y ganarse uno a uno sus votos dentro del ámbito progresista. Més, de una manera lenta pero imparable, está cerrando filas en torno a Miquel Ensenyat. Falta todo el proceso primario. Pero los econacionalistas se han dado cuenta del enclaustramiento de Francina y van comprendiendo que un candidato con carisma, cercano a la gente, ideas claras y mensajes directos les puede reportar muchos votos.

También Podemos ha analizado el complejo de Santa Clara que atenaza a la cúpula áurea socialista. Y ya se han puesto a trabajar para lograr un candidato con gancho, que no es otro que el juez Juan Pedro Yllanes, si es que finalmente acepta. Sólo salir su nombre, dirigentes de Podemos en Madrid se han puesto en contacto con compañeros suyos en Palma. «¿Qué pasa?», han preguntado los podemitas madrileños. Y los mallorquines han respondido: «¡Qué va a pasar! Que dentro del Pacte otros ya están lanzando a su candidato mucho antes de las primarias y nosotros no debemos quedar rezagados!»

Pero mientras Més y Podemos están espabilando, el el claustro de Santa Clara impera la quietud, la parsimonia, el globo y el creerse que con dos cañones en la puerta ya lo tienen todo controlado, mientras sus socios y aliados bullen y se preparan para disputar hasta el último sufragio, sacando energía, ideas y creatividad hasta de de bajo de las piedras.

De ahí que el síndrome de Santa Clara empiece a generar nervios en el partido socialista, con sus cuadros (los que llevaron a la victoria a Francina en las primarias del 2014 frente a Aina Calvo) empezando a comerse las uñas de ansiedad. «Es una pena, porque Francina es idolatrada en la Part Forana. Estamos a tiempo de reaccionar si confía más en el partido». Debe hacerlo por puro sentido de la dialéctica como guía de la praxis política, ya que todo lo que no se mueve con intensidad y acierto se marchita y se muere. Pero la ven cada vez más alejada, más atrapada en su síndrome pretoriano, más en las nubes, como si en vez de estar en la Plaça de les Drassanes se hubiese ido a gobernar a Fátima.

La situación puede puede oscurecerse más si las apuestas de futuro de Francina se centran únicamente en sus consellers de cabecera y su guardia de corps. Un partido es como un vergel, debe cuidarse, embellecerse y sobre todo, se le ha de regar ilusión, ganas y empuje. Enclaustrarse nunca es bueno, pero cuando se gobierna en coalición, a base de pactos y sin mayoría suficiente, puede ser peligroso. Muy peligroso. Porque cada parsimonia, cada displicencia, cada distanciamiento es gasolina. es fuerza, es intrepidez para los socios de coalición.