Felisa Fernández, la única pasajera que llevaba mascarilla. | Antoni Pol

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A principios de mes, cuando el coronavirus era algo que solo –o principalmente– concernía a China y al norte de Italia, la estación intermodal fue el escenario de dos protestas contra la gestión ferroviaria de SFM. Los usuarios criticaban el tener que viajar hacinados, «como en latas de sardinas». Querían más trenes, más frecuencias. Cuatro semanas después, las frecuencias de paso se han reducido notablemente –entonces salían 82 convoyes cada día laborable hacia a la Part Forana (incluyendo la línea 2 del metro, la que llega a Marratxí), ahora solo salen 32– y sin embargo la falta de espacio ha dejado de ser un problema: todos los usuarios viajan la mar de anchos.

El tren que este lunes salió a las 11:07 de sa Pobla y llegó a Palma a las 11:58 circuló prácticamente vacío. Cuando llegó a Binissalem solo transportaba a una viajera: Marguerite Napoli, que iba a la Policlínica Miramar para someterse a una sesión de diálisis. «Cojo el tren en Muro. Me es útil porque ahorro mucho dinero en gasolina y párking. Estas dos últimas semanas ya he viajado casi sola, cuando lo normal era que el tren circulara lleno, sobre todo el que cojo para regresar, hacia las seis de la tarde».

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A las once y media, en Binissalem solo había dos personas esperando el tren. Una, Fàtima Servera, estaba en el andén en dirección a Inca. Explica que se desplaza a Inca para trabajar en un supermercado, servicio esencial. «La semana pasada al menos había empleados de la construcción, pero hoy ni siquiera eso». La otra pasajera, que esperaba para coger el tren para Palma, es Cati Pol. «Trabajo en la Casa de Família, un centro de acogida e inserción que depende del Consell. Soy la cocinera, preparo la cena.

Normalmente cojo el tren de las 13:30 y regreso con el de las 21 horas, pero como ahora el último sale a las 20:10 he adelantado el horario y voy al trabajo más pronto para poder salir también más pronto. Creo que tendrían que mantener estas frecuencias de última hora para la gente que trabaja», opina. Cati lleva guantes de plástico, pero asegura no tener miedo de coger el virus. «¿Miedo? No lo tengo, está limpísimo y todo el convoy huele a desinfectante. Además, nada más llegar a Palma hay una brigada que lo repasa todo otra vez».

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Entre Binissalem y Marratxí, el tren solo transportó a Marguerite Napoli, Cati Pol y este redactor. Sale a un pasajero por vagón. A velocidad moderada, de vez en cuando parece que a medio gas, llegamos puntuales a todas las estaciones, en las que nadie se baja ni sube.

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En Marratxí se incorpora un cuarto pasajero: Daniel Roibal. Vive en Sant Marçal, estudia Historia del Arte –«hacemos clases por internet»– y va a casa de su abuela, en Palma, a prepararle la comida. «Tiene una cuidadora, pero no podía ir. Mi tía, que sí podría asistirla, es enfermera y tiene que trabajar. Por eso voy yo, como ya hice la semana pasada.

También viajé prácticamente solo». En el polígono de Marratxí recogemos a una nueva pasajera. Se llama Felisa Fernández y es limpiadora en una empresa. Lleva mascarilla. «La llevo para protegerme, pero la verdad es que en el tren no paso pena de contagiarme porque está limpísimo. Nada más entrar ya huele a desinfectante», explica justo antes de bajarse en Jacint Verdaguer.

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Solo Marguerite, Cati y un tercer pasajero (un enfermero en Son Espases), además del chófer y el que firma, bajamos del tren al llegar a la Intermodal. Daysi y Borja, dos operarios de limpieza, están esperando para desinfectar el convoy. En el mismo andén, media docena de pasajeros esperan para coger el próximo tren a Manacor, que no saldrá hasta dentro de media hora. Arriba, el hall de la Intermodal está vacío. No hay ni el vigilante de seguridad que suele haber junto a los tornos. Este domingo, solo 377 personas cogieron el tren, un 94 % menos de lo habitual. SFM valora disminuir todavía más las frecuencias.

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