Palma tiene unos jardines dedicados a la cuarentena. No a la del coronavirus –que este jueves llega a su día 33 desde que se declaró el estado de alarma– sino a la que, en el siglo XVII, guardaban los navegantes en riesgo que llegaban a la ciudad.
Son los jardines del Parc de sa Quarentena, con una entrada por el Passeig Marítim y otra por la plaza de la Mediterrània de El Terreno, junto a la plaza Gomila que definió el boom turístico de los años 60 y 70, que renació en los 80 y hoy es, sobre todo, lugar de paso para autobuses.
Estos días sólo hay un comercio abierto en la Plaza Gomila –un establecimiento tipo 24 horas– esquina con Robert Graves. Toda esa calle que lleva a la Bonanova está vacía de tiendas. La panadería cerró antes del coronavirus y el pequeño merendero, Bestard, por el inicio del estado de alarma.
Las calles de la zona alta de El Terreno (Infanta, Salud, José Villalonga, Dos de Mayo) nunca han sido un tráfico de gente. Y menos ahora. Glòria Forteza-Rei y Francesc Sanchís viven en una de esas calles. Se dedican a las librerías. Glòria tiene previsto esta mañana darse una vuelta por Embat. Las librerías están cerradas en esta pausa forzosa. Quizá Sant Jordi se posponga al 23 de julio. Pero siempre hay cosas que hacer. Aunque sea conocer a vecinos con los que antes hablabas poco gracias al ritual de las 8 en los balcones.
Unas calles más arriba, en Dos de Mayo, nació el poeta y activista cultural Xavier Abraham, que hasta hace poco presidió la asociación vecinal. Suyo es el local, ahora vacío si se exceptúa una hilera de libros olvidados y algunos sillones de peluquería, de la librería Los Oficios Terrestres. Le preocupa el futuro de las pequeñas empresas a Abraham. Pero está todo el día ocupado. «Soy un guardador de papeles y estoy ordenando archivos», comenta.
Realidad y ficción
Nadie pasa por la calle donde nació ni repara en una casa que, en diferentes épocas, ocuparon la escritora Gertrude Stein (la que anotó «Mallorca es un paraíso si puedes soportarlo) y Anthony Kerrigan. Tampoco en la que vivió Rubén Darío. La de Camilo José Cela tiene una placa que lo recuerda. Una empleada de Emaya que podría pasar por alguien llegado de una distopía desinfecta las calles del barrio que va despertando.
Llorenc Villalonga, que se refirió al Terreno en Mort de Dama (ya se sabe qué «al altre cap de la ciutat, als afores, pel Terreno, es belluga un món colonial, compost de pintors, turistes i senyores que fumen. Son gents extranyes, que es banyen a l'hivern i viuen d'esquena a la religió») también dejó escrita su distopía: Andrea Victrix.
Carlota Oliva, que es coordinadora de la Fundació Mallorca Literària que dirige Carme Castells y que agrupa diferentes casas museo de varios escritores (entre ellos la de Villalonga en Binissalem) vive en El Terreno desde hace años. Cuando todo esto empezó, la Fundació acababa de poner en marcha un ciclo sobre si la realidad literaria superaba la ciencia ficción.
El proyecto continúa a través de las redes sociales, explica Oliva. La próxima conversación que se colgará en red va sobre Frankissstein, de Jeanette Winterson. Lola Fernández, biznieta de Joan Miró que también vive en El Terreno, será una de las protagonistas de esta conversación. Hasta que cerró, llevó Los Oficios Terrestres; precisamente en la calle de Joan Miró.
Los sonidos de la mañana de El Terreno (el Parc de sa Quarentena fue referencia de la infancia de varias generaciones) son similares a los de cualquier otra zona de la ciudad y de la Isla. Pero sus calles altas tienen una particularidad incluso en días normales: el silencio.
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