El Mavi, que funciona desde 1955 y que tiene una parroquia muy definida desde entonces, ha levantado su persiana a las siete y media. La primera clienta ha sido Cati, «una enfermera de Son Llàtzer que es una habitual de aquí y que siempre se toma un cortado con leche natural y sacarina», cuenta Biel que, estos días, se encargará directamente de la cocina. Habitualmente trabajan allí 15 personas. De momento, «y hasta ver cómo va esto» serán tres. En pleno confinamiento, decidieron mantener la suscripción de todos los periódicos aunque tuvieran cerrado. El diario Ultima Hora está sobre la esquina de la barra más próxima a la puerta y de allá lo coge quien quiere llevárselo a alguna de las cinco mesas del exterior.
Jesús conoce bien el Mavi –cuya historia está contada en un libro que se editó hace unos años coincidiendo con el 60 aniversario– ya que trabajó 47 años como camarero. Aparece en la foto del equipo fundador que preside la barra. Ha venido a ver cómo ha ido el primer día. Vive muy cerca y se toma el cafelito de pie en la calle mientras conversa con Vicenç otro parroquiano. «Hola Herminia, qué tal todo», le dice Susana a otra mujer que también pasa por ahí y se asoma al interior. Una pareja joven se ha sentado en una de las mesas. Es su segunda parada en un bar.
La confesión y otros ritos
Los bares no serían nada sin su clientela fiel, dispuesta a batirse hasta el último momento en su defensa. Los bares tienen su propia liturgia (y eso que todavía no se puede disfrutar de lo mejor, de las barras) y cada día se oficia en ellos una celebración entre lo laico y lo religioso.
Además de los bares han abierto las iglesias; que también han tenido que adaptarse a estos tiempos. Más de treinta personas han asistido esta mañana a la misa de la parroquia de Sant Nicolau, que ha empezado puntual (a las nueve y media) y ha sido relativamente breve. El cura Juan Magraner ha oficiado este martes la misa. Lectura de los Hechos de los Apóstoles y del Evangelio de Juan. No ha habido sermón (eso quedará para el domingo) y la ceremonia ha sido relativamente breve. Ya no se da la paz como hasta ahora y el rito de pasar la bandeja queda para el final. El cura –que precisa que el párroco es Bernat Oliver– se ha puesto mascarilla para dar la comunión. Dos voluntarios, Eduardo y Julián, informan en la puerta de las medidas que hay que tomar para seguir la ceremonia, entre ellas pasar sobre una palangana con desinfectante para los zapatos.
Interior de Sant Nicolau, donde una treintena de personas siguieron la misa extremando la higiene.
El padre Magraner explica antes que lo ocurrido a raíz de la pandemia también puede servir para mejorar «reforzar» la fe. Lo hace con una pantalla facial de por medio. Se la pone cuando confiesa. «He estado confesando y luego continuaré», dice.
La confesiones son ahora en un espacio interior tras el retablo. Es otro de los cambios. Hay personas de edad muy diferente. Una mujer ha traído un ramo de flores.
Otra mujer llega cuando la ceremonia hace rato que ha empezado. «¿Espera usted para confesar?», pregunta. Después de la misa, y hasta la una y media, se mantendrá abierta la iglesia por si alguien quiere hacerlo.
Si esperas confesarte, es una pregunta que puede cogerte por sorpresa, incluso en una iglesia. Dan ganas de responder que sí. Y de añadir que sea en un bar.
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