Aunque le faltan sus rutinas, Gerard Ramírez está pasando más tiempo con su madre y su hermana.

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Gerard Ramírez es un niño de ocho años con autismo severo. Ir al colegio lo mantiene regulado y desde que hace dos meses está confinado en casa ha tenido más crisis de conducta en las que echa a correr por la casa o llora desconsoladamente. A pesar de reconocer su necesidad, cuando el Gobierno planteó que el 25 de mayo, en el caso de pasar a la fase 2, podría retomarse la actividad en los centros de educación especial, «no lo vi viable porque es un niño que ni siquiera podría llevar una mascarilla. Algunos sí, pero él no», explica su madre, Mara Beyer.

«Sinceramente, él necesita su rutina, sus terapias, estar con sus compañeros... En el día del autismo le mandaron un vídeo y se le notaba», explica. «Si cualquier niño lo necesita, el mío más». Sin embargo, la experiencia de estar recluidos en casa no ha sido del todo negativa, «a nivel cognitivo está más espabilado porque todo el día está estimulado por nosotras». Mara Beyer se refiere también a su bebé de siete meses, todo un aliciente para su hermano mayor. «Le compré un asiento para que se sentara en la bañera y él quiso entrar con ella a jugar, yo no daba crédito», añade.

El peso de su educación ha recaído sobre la madre que, por suerte, tiene un permiso laboral del 100 % y puede dedicarle el tiempo que necesita. «Hemos trabajado mucho con las manualidades y eso que a mí no me tiene como referencia de trabajo y cuesta más».
A eso hay que añadir que la atención de esta madre se reparte, «igual tengo que dormir a la niña y él no entiende que debe esperar, de ahí que aumenten las crisis».

Por otra parte, Gerard no es un niño al que le guste salir. No han pisado la calle hasta esta semana. «Yo tampoco me arriesgaba a sacarlo porque él no entiende que no puede tocar las cosas o que hay que mantener distancias». Ésa es la principal pega que dificulta el retorno al ámbito educativo.

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