Su familia explica que los llamaron de la residencia de la tercera edad en la que estaba para comunicarle que una trabajadora del centro había dado positivo; le hicieron la prueba a todos los residentes y su abuela también tenía coronavirus. La ingresaron en el hospital, la sedaron a las 24 horas y los cuatro día falleció.
Magdalena era del Coll d'en Rabassa (Palma) y de joven se dedicó a la confección durante unos años, no muchos porque poco después se dedicó al cuidado de su familia; tuvo cuatro hijos y siete nietos, a los que también cuidó hasta que el alzheimer que padecía se lo impidió.
Sus familiares recuerdan que era una mujer discreta, que amaba la naturaleza. Además, conocía en primera persona los sinsabores de la vida, ya que vivió la guerra y la posguerra. Era la pequeña de cinco hermanos y su padre falleció cuando ella tenía unos cuatro meses. Su madre trabajaba en los huertos que había en Son Banya para poder sacar a sus hijos adelante.
Magdalena se cuidaba mucho: caminaba tres o cuatro horas al día, hasta que empezó con el alzheimer; no comía carne, desayunaba dos naranjas, etc.
Su familia la recuerda como «la abuela más dulce y cariñosa», a la que nunca escucharon una palabra fea. «Era muy espontánea, muy divertida y muy peculiar», recuerdan. Sus nietos tienen mil anécdotas con su abuela, mil recuerdos imborrables. «Tenía mucha empatía, era muy divertida, todo el mundo la quería porque siembre sonreía», explican. Además, destacan que tenía una conexión especial con los niños.
Aunque hacía ocho años que tenía alzheimer y no reconocía a su familia, cada semana la visitaban en la residencia de la tercera edad en la que residía.
Palabras de despedida de su familia:
«Gracias por tantas historias, por hacernos ver la belleza del tronco de un árbol y de cualquier cosa, por ser nuestra cómplice de juegos, nuestra copiloto, por ser una luchadora.... Pero sobretodo por el amor y el cariño que nos has dado siempre. Nunca morirás en nuestros corazones.