José, de la cafetería Piccolo es uno de los primeros en recoger. | M. À. Cañellas

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A la hora de cerrar, alguien apaga las luces del local, cuatro clientes apuran de un trago la copa y otros dos se pegan un morreo. Lo normal de la hora de salida, pero son las seis de la tarde, las nuevas seis de la madrugada, al menos los viernes y sábados de la segunda ola de la pandemia.

El vierneo, tardeo o como se bautice, es lo que se persigue. Poco más allá de la hora de decidir si la sobremesa se convierte en otra fiesta, recogida y cierre. Ayer fue el primer día en el que se aplicó la nueva norma que obliga a los locales de hostelería a cerrar a las seis de la tarde viernes y vísperas de festivos. Una señal es que uno de los epicentros de la fiesta post trabajo, los Rafaeles, ni siquiera había abierto las puertas. Con el sol y el buen tiempo las terrazas del Paseo Mallorca y otras zonas cercanas estaban a reventar ayer a la hora de comer y a las cinco de la tarde seguía el trajín. Mesas que no se habían levantado aún del restaurante y otras que habían cambiado el mantel por el posavasos. En una de ellas, un grupo de abogados: David Barón, Julio Romero, Xisca Alorda y Nieves Ortuño apuran antes de levantarse a las seis de la tarde. «No queda otra, debe ser que el virus sale ahora a las seis de la tarde», y apuntan a que otros viernes hay locales mucho más concurridos y con menos medidas de seguridad de las que hay ahora, con sólo gente en las terrazas.

La vermuteria San Jaime es uno de los locales que más apuran, mientras se aproximan las seis, en otros ya tienen casi recogido. José, de la cafetería Piccolo, comenta que a él, solo le supone avanzar el cierre una hora. Abre a las seis de la mañana: «Antes de tener que solicitar un ERTE tenía otro empleado y podía abrir hasta las diez, ahora estoy solo y no puedo abarcar más», dice.

Unos metros más allá, Belén, de la Greppia, recoge mesas, sillas y vajilla. «Es lo que nos dan, qué vamos a hacer». En general, los continuos cambios, de abierto, cerrado, barra sí, luego no, interior no, sólo terraza, ya tienen a los hosteleros resignados a uno más. Normalmente habrían tenido abierto cuatro horas más, hasta las diez, la hora del toque de queda. Es como funciona durante el resto de la semana. Es la línea habitual de todos los negocios: apurar lo que permite el reglamento. Narciso, del Café Pinos, señala que la gente tiene ganas de fiesta. Para el mediodía de hoy tienen todas las mesas reservadas: «Antes, después de comer, se tomaban diez copas, ahora se toman tres, pero no se renuncia». Mientras, apura a los últimos cliente que le quedan en las mesas: «Los habituales ya lo sabían, pero siempre hay alguno que apura hasta el final. Ayer, estaba yo solo y hasta las diez menos dos minutos no conseguí que se fueran los últimos».

Los restaurantes son los primeros en tener levantada la terraza. Cada local sabe lo que tarda en retirar toda la instalación y se hace a toda prisa para aprovechar hasta el último minuto. Un grupo de chicas intenta sentarse para tomar algo cuando ven el desmontaje. «Tendremos que dar un paseo». Eso sí abunda, gente por las calles y en las tiendas, que sí que permanecen todavía abiertas. Pasean los vendedores ambulantes entre las mesas. Los bares cierran, pero la ciudad no. Es lo que diferencia de las seis de la mañana.

Poco más de las seis y cinco no queda un local abierto en toda Palma. Será la norma en las próximas semanas. El vierneo se adelanta a la hora de comer. Al menos hasta la próxima restricción, si es que llega.

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Belén recogen las sillas de la terraza con clientes aún en las mesas.