Miquel Deyá, durante la entrevista con este periódico. | Jaume Morey

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De esta guerra iniciada con la invasión de Ucrania por Putin han opinado generales, políticos y diplomáticos. Miquel Deyá (Palma, 1964) aporta la visión del historiador. Insiste en la necesidad de conocer la historia para entender mejor el presente –lo hace en un momento en que se cuestiona la manera de enseñarla– y, como decano de Filosofia y Lletres de la UIB, se atreve con algún planteamiento moral. Convencido de que «el mal habita entre nosotros», reflexiona también sobre si la cobardía es debilidad.

¿Habrá terminado para hoy, lunes, tras la Semana Santa?

—No, esta guerra no acabará en un plazo corto, se ha enquistado y tenemos para meses; hasta que no se dé la situación que Putin busca, no terminará.

¿Cómo terminará? ¿Cómo cree que debería terminar?

—Son preguntas diferentes. Tendría que terminar con la retirada de las tropas rusas pero eso no pasará. Lo que quiere Putin es la división de Ucrania con una anexión del Donbás y otros territorios. Lo que hay que garantizar, y es lo que deberían intentar las potencias occidentales, es dejarle una salida al mar. Eso nos lo enseña la historia, se vio en Polonia.

¿Es una guerra del siglo XXI o tiene sus orígenes en el pasado?

—Los orígenes remotos están en el pasado. Cuando cae un Estado totalitario tiene que ser sustituido por otro Estado. Y el Estado soviético fue sustituido por la negación de un Estado, por una mafia de oligarcas. Y la mafia obedece a sus objetivos. También Ucrania, aunque igual no resulta políticamente correcto decirlo, estuvo gobernada por una mafia durante parte de su independencia. Tampoco se entiende sin las aspiraciones imperialistas del PCUS y su estrategia de autonomía limitada a las repúblicas.

Putin culpa a Lenin...

—Eso es propaganda. Putin es un hombre de Lenin y es un hombre de Stalin. Lenin renunció, sí, a una parte de los territorios del imperio ruso pero los recuperó después de la Segunda Guerra Mundial. El problema es otro: el imperio ruso y el imperio soviético tenían cosas es común, el antisemitismo y el papel de Rusia como líder de los países eslavos. Después de lo que ha hecho Putin, ¿cómo reconstruyes las relaciones? Viendo lo de Ucrania, ¿se van a fiar Letonia, Estonia y no digamos Bielorrusia? Bielorrusia hará lo que diga Rusia.

Dijo en un debate organizado por UH que Occidente no es culpable pero sí corresponsable...

—Es corresponsable de lo que hablábamos antes, de que el Estado soviético no fuera sustituido por algo parecido a un Estado, y si por una casta oligárquica. Y Occidente se benefició de ese Estado corrupto. ¿Cuánto ganó la Coca Cola vendiéndole a los rusos? Ya le iba bien esa situación. Por vía económica, Occidente amparó a esa nueva casta y cuando Rusia intervino en Crimea, Europa no hizo nada.

¿Es aplicable aquello de que hay que conocer la historia para comprender el presente?

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—Claro. En buena parte de la población rusa está la idea de la expansión. No pidamos a la población rusa que tenga comportamientos democráticos cuando no ha vivido ni medio año de democracia, la época de Aleksander Kerenski. Su estructura mental pasa por líderes fuertes. A Gorbachov le despreciaron por eso, por su falta de liderazgo. Hoy en día, y pese a su reconocimiento internacional, debe ser el hombre más despreciado de la antigua Unión Soviética.

Ahora hay una polémica sobre la enseñanza de la historia...

—Una vergüenza y una falta de seriedad absoluta. En el nuevo currículo hay contenidos que no son de Geografía ni de Historia. Un alumno de Bachillerato no va a ver ni la conquista de Mallorca por Jaume I ni la revuelta catalana de 1640 ni la Guerra de Sucesión. No es verdad que en ningún país europeo no se vea la historia desde el principio. Hace falta el relato cronológico. La Historia es la ciencia que estudia el tiempo.

¿Entendemos a Putin sin el bloque soviético o éste sin el zarismo?

—No. No se puede entender el bloque soviético sin el zarismo, ni el zarismo sin el impacto de la Primera Guerra Mundial. ¿Y cómo podemos entender el triunfo bolchevique sin los primeros movimientos obreros anteriores en San Petesburgo?

Dijo en el coloquio: «No sé cómo acabará esta guerra pero el mal está entre nosotros».

—El mal existe y habita entre nosotros, comenté. Y así es. Europa está instalada en el buenismo y no todo es aceptable. Tomábamos a Putin como si fuera un demócrata y no lo es. Podemos desear que lo sea, pero no lo es. También podemos pretender que los talibanes acepten a las niñas en la escuela pero eso no va a suceder. En Europa es como si todas las teorías fueran aceptables y no lo son. Yo defiendo la supremacía moral de Occidente. Y aunque sea a base de pegarnos durante siglos, sólo Occidente ha llegado a teorizar los derechos humanos y la democracia formal. Las doctrinas que no consideran la igualdad no representan situaciones como la nuestra.

¿Y qué puede hacer Europa?

—Lo primero, organizar una política de defensa propia, adaptada a sus principios y a sus intereses. Hay que seguir apoyando militarmente al país agredido. Pero luego hay que resolver qué hacemos. Cuando acabe la guerra se abrirá el melón de la reconstrucción de Ucrania. La solución de un problema abre a veces otro. Pasó con la caída del Muro. Occidente pensó de manera arrogante que era el fin de la historia y el triunfo de la democracia liberal. La democracia necesita una clase media que en Rusia no existía.

Ahora, otra ‘guerra': la de la UIB tras suspender la presentación del libro ‘Nadie nace un cuerpo equivocado'. Uno de sus autores llama ‘cobarde' al rector.

—Siento decirlo pero debo darle la razón al autor. Hay que respetar la libertad de expresión y garantizar la seguridad.

¿La cobardía es debilidad en una guerra?

—La cobardía puede ser comprensible pero no por parte de los dirigentes.

El apunte

Lo políticamente correcto y el análisis

Catadrático de Historia Moderna, decano de la facultad de Filosofia i Lletres de la UIB, Miquel Deyá precisa varias veces durante su entrevista –algunas transcritas y otras no– que algunas opiniones pueden no resultar «políticamente correctas» y al despedirse añade que «lo políticamente correcto ha creado temas que están fuera del análisis y eso no puede ser». Pasó temporalmente por la política. Fue director general de Educació i Universitat con José Ramón Bauzá de presidente.