El activista mallorquín Joan Bernat. | Julián Aguirre

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Hay momentos, instantáneas que te cambian la vida. El activista mallorquín Joan Bernat lo tiene claro: fue la imagen de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años que apareció ahogado en 2015 en una playa de Turquía. Su fotografía dio la vuelta al mundo y visibilizó la gran problemática de la crisis humanitaria siria. En ese momento, Bernat se cansó de ver la televisión, decidió salir de su zona de confort y aportar su granito de arena. Y eso que confiesa que cada vez que ha estado en un campo de refugiados, se ha dejado allí una parte de su alma y vuelve siempre a su Sóller natal con el corazón encogido.

Entre 2015 y 2018 viajó hasta en cinco ocasiones al corazón del drama de los refugiados como cooperante con la ONG mallorquina ‘Sóller amb els refugiats', ahora rebautizada como ‘Sóller Solidari'. La primera vez a la isla griega de Lesbos, con sus propios medios y dinero, y en la que llegó a pasar una noche entera sin dormir, mojado, tiritando de frío y sin probar bocado, ayudando a sacar a gente del agua. Esa noche no tuvo tiempo de parar ni un minuto.

«Cada persona que ayudabas a sacar del agua, te lo agradecía. Y se sorprendían de que hubiera gente esperando para ayudarles. Todavía recuerdo a tres jóvenes de la misma ciudad que nos preguntaban si les dejarían ir a la universidad. La familia de estos chicos les habían dado todo lo que tenían, incluso alguna se habría arruinado para que pudieran llegar a Europa», recuerda, al tiempo que confiesa que, cuando volvió a Mallorca, «llegué a sentir odio por Europa, por lo que estaba pasando, como quien dice, a las puertas de nuestra casa; por echar la cabeza a un lado ante la tragedia humana, como si no sucediese nada», lamenta Bernat.

Joan Bernat y sus compañeros de Sóller Solidari, en uno de sus viajes a Indomeni.
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El campo de Idomeni

En otras cuatro ocasiones se ha trasladado al campamento de refugiados de Idomeni, en la frontera griega con Macedonia del Norte, que durante años ha sido un auténtico ‘aparcamiento' de seres humanos tras el cierre de la ruta balcánica a Europa en 2015. Los cooperantes se colaban allí por el hueco de una verja para repartir comida, ropa, libros o lo que hiciera falta para ayudar a unas personas que antes de escapar de una guerra cruel como la de Siria, era gente con una vida tan normal como la que tenemos cualquiera de nosotros. «Eso es lo que hay que recalcar a la gente. Allí te encontrabas con funcionarios, emprendedores... gente que de la noche a la mañana tuvo que coger a su familia, un hatillo con ropa y huir de su país».

Ahora, tras el fin de la pandemia, sus compañeros de Sóller Solidari y él se han puesto manos a la obra para reactivar su proyecto solidario y organizar, esta vez, un viaje al corazón de conflicto ucraniano, en cuanto sea posible entrar en este país devastado por el ejército ruso. Su intención es ayudar a toda la población, pero haciendo hincapié en el colectivo LGTBIQ+, en especial los transexuales ucranianos, y los residentes de origen africano: «Son los grandes olvidados y los que más discriminación están sufriendo», apunta el cooperante solleric.

Joan Bernat en Grecia con una familia siria a la que ayudaron a alquilar una vivienda.

Vulnerables

«En un campo de refugiados te encuentras las mayores miserias; a gente deleznable dispuesta a todo por sobrevivir o aprovecharse de los más débiles, también a personas que te cambian la vida. Por ejemplo, recuerdo un matrimonio sirio con cuatro hijos a los que ayudamos a encontrar una vivienda de alquiler. Cuando repartíamos comida, muchas veces nos decía, ‘a nosotros no. Con lo que tenemos en casa es suficiente'», señala, al tiempo que apostilla que «en un campamento de estas características se respira miedo, tristeza y frío, pero también hay espacio para la alegría y la esperanza», recuerda este activista, que, como todos los que se dedican a ayudar a los demás, aunque lo hagan en sus ratos libres o en sus vacaciones, están hechos de otra pasta.