DE izq. a dcha.: Aina Mascaró, coordinadora del servicio ocupacional de Estel de Llevant; Antonio Franconetti, paciente con trastorno de salud mental; y Paqui Menacho, familiar de un paciente. | Jaume Morey

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Estrés crónico, ataques de pánico, ansiedad, agorafobia y migrañas las 24 horas los 365 días del año. Antonio Franconetti convivió con múltiples trastornos de salud mental durante casi tres décadas, hasta que un día decidió dejar atrás una relación tóxica y coger el toro por los cuernos. Recogió sus cosas y, con una mano delante y otra detrás, se marchó de casa. Antonio no lo sabía en ese momento, pero por fin llevaba la riendas de su vida.

Los últimos años no han sido un camino de rosas para Antonio. No tenía trabajo, lo perdía por todas sus dolencias, así que terminó en un centro de acogida. Cuesta creerlo, pero Antonio asegura que «nunca he estado mejor que allí». La fortuna terminó sonriéndole cuando le derivaron a la Asociació Gira-Sol, que tiene como misión mejorar la salud y el bienestar social de las personas con trastorno mental y sus familiares. El trabajo de Antonio fue duro, pero necesario. «En la entidad me mostraron las herramientas para seguir adelante. Me han cambiado la vida de arriba abajo. Solo puedo darles las gracias», ratifica Franconetti.

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Antonio Franconetti, paciente con trastorno de salud mental.

Ahora Antonio vive solo en un piso pequeño, se cuida, se quiere, practica deporte e, incluso, ha logrado vencer uno de sus grandes miedos, ir a la playa, sentarse y disfrutar como cualquier otro. Al mismo tiempo, ha pasado de participante a trabajar como agente de apoyo mutuo en Gira-Sol porque quién mejor que él para ayudar a la gente que vive situaciones como las que Antonio ha sufrido en carne propia: «Imagínese que he pasado de sentirme un despojo a ayudar a otros en una situación similar. Yo, que no podía salir del centro de acogida, tenía que ir a Inca a diario para hacer la formación», apunta entusiasmado Franconetti que ha pasado de vivir la vida en blanco y negro a hacerlo en color.

Paqui Menacho es una mujer bandera. Esposa, madre, trabajadora y apasionada del baile. Sonríe mucho, aunque hay días, confiesa, «en que le cuesta una barbaridad ser optimista». Es madre de un paciente con esquizofrenia, su hijo mayor, 'su angelito'. Le ha costado años aceptar el diagnóstico. Ha pasado por todas las etapas posibles: negación, ira, depresión y aceptación. Ahora intenta mantener a su familia unida y que su hijo tenga una vida lo más normal posible conviviendo con la esquizofrenia, la medicación y las barreras de la enfermedad.

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Paqui Menacho, madre de un paciente con esquizofrenia.

Paqui recuerda que el primer episodio en el que se dieron cuenta de que a su hijo le sucedía algo fue con 21 años. Hasta entonces había sido un chico de lo más normal: ligón, divertido, buen estudiante. Pero una noche se marchó de casa sin decir nada, sin zapatos y se echó a correr sin dirección. Paqui y su marido descubrieron su escapada cuando les llamó la policía. Lo ingresaron durante 15 días para hacerle pruebas. Dijeron que había sido un brote psicótico y lo enviaron a casa con un montón de pastillas, que lo dejaban atontado.

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Con este diagnóstico, Paqui empezó a atar cabos. Su hijo llevaba meses bloqueándose con los estudios y pasaba demasiado tiempo encerrado en su habitación. Lo habían achacado a su primera ruptura sentimental fuerte, pero no era solo eso. Los meses siguientes fueron muy duros: su hijo se negaba a tomar la medicación porque le volvían un zombi, así que muchas noche volvía a hacer de las suyas: se iba de casa o, un día, por ejemplo, vació completamente su habitación. La pescadilla que se muerde la cola.

Han pasado 11 años y 11 ingresos desde entonces. Toda la familia ha tenido que aprender a convivir con un trastorno de salud mental. Ha sido duro, pero les ha hecho más fuertes. Paqui, por ejemplo, como cuidadora principal, necesitó terapia y un grupo de apoyo de familiares para seguir adelante. «Yo también me fui un poco», confiesa. Pero ha conseguido salir adelante; también que su hijo tenga una vida lo más normalizada posible.

Incluso ahora es voluntaria para ayudar a otros familiares en su misma situación. Por eso, pide más recursos para los pacientes con algún tipo de trastorno mental, pero que no se pierda de vista a sus allegados. Además, trabaja para dar forma a un proyecto que permita a jóvenes como su hijo a disfrutar de la amistad, el amor y sexo como el resto de gente de su edad.

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Aina Mascaró, coordinadora del servicio ocupacional de Estel de Llevant.

Aina Mascaró es enfermera especialista en salud mental y trabaja como coordinadora del servicio ocupacional de Estel de Llevant, cuya misión es acompañar a las personas para preservar y mejorar su salud mental. Trabaja en el ámbito de la salud mental desde 1999 y, asegura, que «todo ha cambiado mucho. Antes éramos un montón de entidades trabajando de forma precaria; muchas veces con subvenciones que duraban unos meses y vuelta a empezar», relata Mascaró.

Todo ha cambiado ahora. La entidades del tercer sector tienen más peso, gestionan más recursos y trabajan tanto la parte sanitaria como la social. Pero hay cosas que mejorar. «Falta más coordinación entre los profesionales de la sanidad y los servicios sociales. Si no trabajamos de tú a tú, es difícil ayudar a los usuarios», apunta la especialista, al tiempo que hace hincapié en el problema de la vivienda para muchos usuarios, «y sin un hogar es casi imposible ayudarles». Sin olvidar la perspectiva de género, porque detrás de muchos diagnósticos hay muchos más»; y el cuidado de los que cuidan. «No hay programas para ayudar a los que cuidamos; muchos terminan quemándose», replica Mascarò.