Tatiana Larsen, sentada en un bar de Palma. | Jaume Morey

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Nació hace 53 años en una Moscú donde dejarse ver por una iglesia católica era un castigo y donde el régimen estaba todavía latente. Tatiana Larsen rememora sus recuerdos de una infancia complicada sentada en un bar de Palma, ciudad que la acogió hace 31 años. Cuando era adolescente, empezó a sentir una fuerte admiración por el catolicismo. «Cuando cayó la dictadura, yo tenía 16 años. Lo primero que hice fue leer la Biblia», asegura.

Así comenzó un sentimiento que ha ido progresando con el tiempo. No dejaba de ir a misa los domingos porque en ese espacio «encontraba las respuestas a mis preguntas». Ya de adulta, con marido e hijos, le rondaba la idea de bautizarse. «Lo pensaba pero nunca me decidía. Eso del ‘ya lo haré' me pasaba siempre. Lo justificaba con que no tenía tiempo». Con 49 años, tuvo un punto de inflexión. Una terrible enfermedad le pausó el reloj vital. Pasó tumbada, sin moverse, diez días en el hospital.

A pesar de que ha controlado la enfermedad, el temor la arrastró a pensar «que podría terminar mi vida». Cuando salió del hospital, habló con el padre Toni de la Parroquia San Juan Bautista (Calvià): «Le dije que no estaba bautizada, y que para estar en comunión con Dios tenía que hacerlo. Le expliqué mi enfermedad. No quería irme de este mundo sin haber estado bautizada», le dijo al párroco. A Tatiana le urgía tanto que se consensuó con el obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, y se acordó realizar el acto.

Enfermedad
Nos situamos en el 2019 cuando Tatiana Larsen empezó, nada más salir del hospital, un curso intensivo de tres meses en casa de un catequista de Calvià. «Fueron los momentos más felices de mi vida», asegura. El curso exprés le serviría para recibir los sacramentos del bautismo, la comunión, la confirmación, la eucaristía y la unción de los enfermos. Tatiana ha nacido dos veces. La segunda vez fue en la mañana del 13 de octubre e 2019. «Siempre digo que es mi segundo cumpleaños», puntualiza. Porque «dejé de tener miedo y a entender que las personas bautizadas tenemos pleno derecho a dar testimonio de la vida eterna».

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El día de su celebración en la Parroquia del Sant Crist acudieron las personas más íntimas, desde familiares hasta amigos. Tatiana recuerda que no paraba de llorar. «No me pierdo ninguna misa los domingos», dice.

Tatiana es una mujer fuerte, aunque su enfermedad le hizo pensar que no. Desde que quiso dar el paso en el catolicismo «no me siento sola». La enfermedad le ha dado lo peor y lo mejor. Entre las cosas positivas, ahora se siente llena y acompañada. Entre las cosas negativas, acumula efectos secundarios y a veces dolor, derivado de las quimioterapias y otros tratamientos.
Ha pasado por alguna recaída, pero ante todo mantiene la fe. Y así se lo trasmite a Jesús, como expresa en esta entrevista, que llegó con una muleta y sin tener esa mañana dolor.

Si echa la mirada atrás, le sorprenden las casualidades de la vida, como que tuviese que entrar, de muy muy joven, a una iglesia cristiana en Moscú –su ciudad natal– en pleno régimen o que con 16 años leyera la Biblia y en castellano. «En un principio, yo solo quería leer el libro sagrado para tener cultura general y entender mejor el arte», confiesa. Pero enseguida, prosigue, «me quedé impactada con el contenido y me hizo acercarme más a la Iglesia».

Otra cosa que aprendió es a aplicarse el refrán de «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». Tatiana confiesa que su excusa principal era la de no tener tiempo entre cuidar a los niños, el trabajo y la casa. Pero luego se dio cuenta de que sí hay tiempo. Para todo. «Cuando me ingresaron y me dijeron lo que tenía, fue como una bofetada. Porque llevaba tiempo queriendo hacer el bautizo. Y en ese momento pensé en lo peor, que quizá no me daría tiempo». De hecho, Tatiana Larsen se pregunta varias veces: «Si no fuera por la enfermedad, ¿cuánto tiempo más hubiera esperado a bautizarme?». Por eso dice: «Las cosas pasan por algo».

Bautismo de adulto
Cuando se preparó con un catequista era la mayor de un grupo de niños. Es consciente de la falta de catequistas que hay en Mallorca y en su caso un catequista le hizo el favor para poder conseguir los sacramentos. Ahora vive su vida desde la fe, aunque en su casa es la única que sigue esta línea. Sus hijos, confiesa, «son agnósticos, pero los dos están bautizados». Uno de los consejos que da a la gente que todavía no ha dado el paso es que «la vida te cambia y te hace más fuerte».