Los hermanos cogieron el virus durante el verano aunque lo pasaron sin síntomas, exceptuando la característica rojez de las mejillas. | R.D.

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Muchos padres de la isla compartieron la misma sensación cuando, durante este verano, se empezaron a producir diversos brotes del virus de la bofetada en varios puntos de Mallorca; uno de ellos, en Montuïri, donde los hijos de Lorenzo acudían diariamente a la escoleta d'estiu: «el susto no te lo quita nadie sobre todo por el desconocimiento; los niños estaban bien pero si no sabes qué les pasa, te preocupas», explica este padre.

De hecho, la primera vez que oían hablar del virus de la bofetada fue este pasado 8 de julio. Los monitores de la escoleta del municipio enviaron un mensaje de whatsapp alertando sobre un posible brote. Había tres casos del virus de la bofetada en el grupo de los niños más pequeños, aunque todavía no se habían confirmado en el hospital.

«Mi pareja recibió el mensaje y se asustó, no sabía lo que era, enseguida se puso en contacto con la directora y le preguntó sobre lo ocurrido. La directora tampoco había oído nunca hablar del virus, fue una monitora que, al ver el color de las mejillas de los tres pequeños afectados, lo descubrió y les recomendó a los padres acudir al médico para confirmarlo», cuenta Lorenzo.

Mensaje que enviaron desde la directiva de la escoleta de Montuïri para alertar a los padres sobre lo ocurrido
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Después de recibir la alerta, la pareja estuvo más pendiente si cabe de los niños; ambos de nueve años, se encontraban bien y el color de sus mejillas era normal pero veinticuatro horas más tarde aparecieron con la zona extremadamente rojiza y con ciertas áreas blanquecinas que mostraban sequedad. «Sobre todo el niño. Llegó con las mejillas muy muy rojas y nos asustamos porque nunca habíamos oído hablar sobre el virus de la bofetada y no sabíamos si podía tener consecuencias peores», narra el padre, «en los niños más pequeños se notaba más rápido el contagio, tenían las mejillas arreboladas de una forma muy intensa; los nuestros aumentaron el tono de forma progresiva hasta llegar el día de máxima irritación».

Cuarenta y ocho horas después del aviso, los niños se quedaron en casa por precaución. «Estábamos ya tranquilos porque nos explicaron desde el esplai que, a pesar de lo llamativo de los mofletes rojos y las manchitas, no se trataba de nada grave. También nos dijeron que la posibilidad de contagiar se produce antes de tener la cara roja y no a posteriori. Nos pidieron que los vigiláramos si surgía fiebre pero afortunadamente, no tuvieron. Aún así, sabíamos que el virus era muy contagioso y por el bien de los demás niños, decidimos que se quedaran en casa», recuerda Lorenzo.

De hecho, ésa es una de las principales causas de por qué los brotes infantiles se extienden tan rápidamente. Muchos progenitores, al no tener una opción alternativa de donde dejar a los pequeños, continúan llevándolos a los centros y se contagian unos a otros con facilidad. Afortunadamente, en este caso, no se trata de ninguna afección grave y el virus o enfermedad de la bofetada desaparece por sí solo en un par de días; eso sí, con las mejillas a todo color.