Imagen de la sesión de este martes en el Parlament con la presidenta del Govern, Marga Prohens, en primer término y Manuela Cañadas, de Vox, al fondo. | Jaume Morey

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Vivimos tiempos políticos dominados por el ardor guerrero y la testosterona. Mantener la honra importa más que salvar la flota y la humillación es casus belli por encima de cualquier razón política. Con este panorama, no es de extrañar que en estos momentos nos encontremos con que Vox se ha puesto un cinturón explosivo y esté dispuesto a deflagrarlo el día que toque votar los presupuestos en la sesión plenaria. Desde que rompió su pacto con el PP, curiosamente las exigencias de Vox han ido a más.

No solo actuó con deslealtad al no permitir que se votaran de nuevo las famosas enmiendas que el PP votó por error; ahora exige mucho más de lo que pedía hace un año para aprobar los Presupuestos. Tiene razón Vox cuando dice que Marga Prohens debe ser consciente de que no tiene mayoría absoluta, pero Vox también debe asumir que está intentado imponer a la mayoría de la sociedad balear un programa y un ideario político que fue votado por una minoría de ocho diputados que ya son seis con posibilidades de terminar siendo cuatro.

Y este es un elemento central para analizar lo que está pasando o lo que puede que esté pasando aunque aún no lo sepamos: habrá que ver hasta dónde llega Vox en ese deseo de lavar la humillación supuestamente infligida por Marga Prohens a la portavoz de la formación, Manuela Cañadas. Si Vox aprieta el botón del cinturón explosivo cuando los Presupuestos lleguen al pleno, igual se encuentra con que la mitad de la carga explosiva falla y acabe inmolado sin efectos colaterales para la presidenta. El exdiputado de Vox Agustín Buades dio ayer una pista de qué puede pasar: criticó el tacticismo de la formación por un simple beneficio partidista. Ojo a los díscolos de Vox, que no tienen voto en la ponencia, pero sí en el pleno. Puede que Manuela Cañadas se quede con la honra, pero igual los barcos acaban en manos de Prohens.