La emergencia valenciana continúa activa y va cambiando de fase a medida que pasan los días. El barro va desapareciendo, las cifras de cadáveres se congelan, los desaparecidos minvan, los vecinos comienzan a reconstruir sus casas; pero la alerta se mantiene; sobre todo, porque una tragedia como la que han vivido los residentes en la Comunitat Valenciana, se vence de forma progresiva y poniendo al abasto todos los recursos que los afectados necesiten.
Por ello, además de la gran oleada de voluntarios, asociaciones y profesionales que se han desplazado desde Baleares a Valencia para ayudar en el post-tragedia más inmediato; ha habido también otros equipos, con un trabajo más invisible pero igual de imprescindible. El de los trabajadores sociales, por ejemplo.
Debido a la magnitud de la catástrofe, el Grupo Estatal de Intervención en Emergencias Sociales (Geies), por primera vez en la historia, decidió activar a los equipos del resto de comunidades; por lo que el Grup d'Emergències del Col·legi de Treball Social de Balears se puso en marcha hasta enviar un equipo de cinco voluntarias a Valencia entre el pasado 14 y 17 de noviembre. Cinco profesionales que acudieron sin dudar a las zonas más afectadas y aportaron ese valor añadido que supone una herramienta de diferenciación en las catástrofes: el apoyo y la escucha activa.
Alba Rodríguez, cómo portavoz del grupo, nos habla de la experiencia de las cinco trabajadoras que acabaron sintiendo Sedaví, uno de los núcleos más dañados, como su propio hogar:
¿Qué puede aportar un trabajador social en un episodio catastrófico de esta magnitud?
El rol principal será de coordinación de la propia ayuda, de hecho es lo que hacemos en nuestro día a día, según tu ámbito de trabajo. Somos un conjunto de profesionales que, de por sí, valoramos las necesidades de la población y nos coordinamos con otros profesionales y recursos para conseguir una respuesta eficaz y coherente que solvente esas necesidades.
¿Necesidades logísticas o emocionales?
Ambas. En Valencia se notó muchísimo. El tema del acompañamiento a las personas afectadas, en mayor o menor medida, fue vital. Acompañar, la escucha activa, permitir los desahogos, la ventilación emocional; todo eso estuvo al mismo nivel que coordinar las ayudas.
¿Cómo se gestó esa intervención?
Fuimos de las primeras. El Colegio balear contactó con Valencia el día después de la catástrofe. Éramos de los pocos grupos que, hasta la fecha, tenía experiencia en casos de inundaciones por lo ocurrido en Sant Llorenç años antes. Queremos estar ahí para vosotros, les dijimos.
El primer día, os 'tocó' un poco de investigación de campo...
Fue inevitable. Había saltado de nuevo una alerta roja cuando llegamos. Habían restringido la circulación en las zonas más afectadas. Tratamos de poner todo en común y trazar el plan. Fuimos a pie desde Valencia capital hasta Catarroja, unos doce kilómetros. Nos fijamos en los recursos desplegados, en las personas afectadas, etc.
¿Cuál dirías que es el colectivo más afectado?
No me atrevería a decir que uno más que otro. Cada uno está sufriendo unas u otras dificultades. Y también hay que pensar en esos colectivos que ya son invisibles de por sí, como las personas sin techo, las víctimas de trata, personas sin documentación; son perfiles reales y existen también en la tragedia.
Os marcó, especialmente, Sedaví.
Fue un shock. Nos motivó tanto que incluso cambiamos el vuelo para volver lo más tarde posible. Era un sentimiento compartido por las cinco compañeras. Nos sentíamos parte de Sedaví. Fue una acogida espectacular y creamos un vínculo muy intenso. Me emociono si lo pienso. Es algo que nunca podré olvidar. Además, te vas con una sensación agridulce, el recuerdo de lo bonito, de la calidez humana, se mezcla con las circunstancias por las que están pasando.
Impacta lo agradecidos que son los valencianos...
Es que la gente allí te agradece continuamente tu presencia. No es sólo que hayas ido a ayudar, es que les escuches. Es que no se sientan solos. En la calle hay gente, sí, pero la gente está trabajando. No hay tantas personas pendientes de como están anímica y emocionalmente. Nos pasaba de forma natural. En Paiporta, por ejemplo, una vecina se nos unió mientras caminábamos y acabo desahogándose. Una cosa lleva a la otra. Hubo bastantes desbordamientos emocionales.
¿Y eso a vosotras no os afecta?
Sí, también. Pero tienes que gestionarlo de la mejor forma posible. Yo misma acabé también desbordada a mi vuelta. Es tanto. Tanto mal se ve. Tanto daño material. Tantas vidas perdidas. Y se mezcla a la vez con la unión de la gente, con la amabilidad de todos con todos, con la ayuda al prójimo. No hay diferencias. Todos los vecinos son iguales. No es sólo la parte emocional negativa de la DANA lo que te desborda, es también lo bueno que ves. Se te remueve todo por dentro.
¿Cómo se ayuda entonces cuando algo te afecta tanto?
La atención se lleva a cabo intentando gestionar esas emociones, sobre todo, para que no tomen protagonismo en ese momento. No sentir ni padecer mientras estás en plena intervención, porque no es el lugar. Aunque, a ver, es inevitable que, en algún momento, te emociones. Y ellos no rechazan ese tipo de contacto. Creo que también les hace falta. No es sólo un 'hola, ¿cómo estás?, ¿tienes luz?', va más allá de una simple intervención. El calor humano es imprescindible. No soy trabajadora social porque quisiera sentarme detrás de una pantalla o una mesa, sino para poder vincular con las personas. Y eso implica que haya emociones de por medio, no te pueden entorpecer, pero ahí están.
Se hizo una especial atención a víctimas de violencia de género, ¿son más vulnerables en una situación así?
Sin duda. Además, una de nosotras dirige un servicio de recuperación para mujeres maltratadas y sus hijos. En las situaciones de catástrofe, aumenta la tensión de las relaciones y eso provoca que se acentúe la violencia. Las mujeres que han sufrido o están sufriendo algún tipo de maltrato quedan relegadas a una posición aún más vulnerable: retoman el contacto con el agresor o incluso reinician la convivencia y se le suma el malestar en sí de la propia catástrofe. En Valencia, acompañamos a varias mujeres así; en un caso, por ejemplo, uno de los dos había perdido la vivienda y estaban viviendo juntos de nuevo; en otro, el agresor había perdido el vehículo y eso no le permitía ir al trabajo por lo que se quedaba en casa junto a la víctima ejerciendo más control. Se atendió a un total de diez mujeres en cuestión de 48 horas, además de apoyos telefónicos y formación complementaria para las compañeras de allí.
El equipo balear, tras 72 horas de intervención de urgencia a contrarreloj logró realizar sesenta visitas a domicilio y atendió a más de 75 personas; además del trabajo específico con colectivos como el de mujeres afectadas por la violencia de género. De nuevo, otra demostración de la calidad, profesional y personal, de los profesionales de las islas.
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