El socialista Francesc Antich, (izq.) es felicitado por Jaume Matas (drch) hasta el momento por el presidente de la comunidad autónoma, Jaume Matas, durante la investidura como presidente del gobierno balear. | Efe

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Mi imagen imborrable de Xisco Antich me retrotrae a los pasillos de la primera planta del Parlament Balear a finales de los años 90. Aquel joven socialista había decidido asumir el reto del liderazgo y plantar cara al aparato del partido, en aquel momento dominado por la potente organización de Calvià. Había que presentarse a las elecciones primarias consciente de que las posibilidades de ganar eran casi nulas. Antich decía: «Hemos de ser más PSIB y menos PSOE». No creía en una organización dogmática y cerrada. Buscaba el entendimiento con las fuerzas afines, deseaba entrelazar proyectos e ideas, crear la convergencia de fuerzas e iniciativas aparentemente contradictorias.

Y eso le llevó a la victoria en las primarias y luego a la presidencia del Govern en 1999 desplazando al potente PP de Jaume Matas. Había puesto de acuerdo a socialistas, soberanistas, regionalistas, comunistas y a todo el progresismo isleño en general. Era un cambio histórico. Soportó como pudo los embates del Madrid dominado por Aznar. Y el 2007 repitió la misma jugada.

Esta capacidad de entretejer múltiples deseos y anhelos y convertirlos en un destino común es hoy el espejo en el que se miran Pedro Sánchez y sus aliados. Antich fue el pionero. Y lo fue porque era un político profundamente dialéctico, consciente de que nada es perenne ni pétreo, sino que la realidad va transformándose al ritmo que marcan los diferentes colectivos que la componen. La aparente debilidad de Antich era su verdadera fuerza. Como hegeliano convencido sabía que en los aconteceres colectivos sólo lo contradictorio se mueve y se desarrolla, mientras que lo que carece de tensión interna acaba por empantanarse y desaparecer.

Antich fue un reto para estas Islas adormecidas. Fiel a su lengua, su cultura y sus intereses irrenunciables, supo despertar la conciencia de los que pensaban como él y de los que, siendo divergentes en algunos aspectos, se sentían capaces de asumir el denominador común de apostar por el cambio y el avance hacia el futuro. Era un hombre seguro de que es la razón, entendida como la suma articulada de infinidad de sueños individuales, la que guía la vida.

Enrique Tierno Galván decía que Dios nunca olvida a un buen marxista. Xisco Antich era hijo de este estilo de comportamiento. Fue un líder bueno, en el buen sentido de la palabra bueno. Fue digno de un poema de Antonio Machado. Y por encima de todo, un gran mallorquín.