Imagen de archivo de Francesc Antich durante un reportaje para Ultima Hora repasando las 24 horas en la vida del presidente del Govern. | M. À. Cañellas

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El president Antich siempre será un ejemplo de coherencia política, de persona íntegra en el ejercicio del poder. Estoy convencido de que su paso por el Ajuntament d’Algaida marcó su forma de entender el papel que debía desempeñar al frente de las instituciones; en especial en las dos ocasiones que fue máximo representante de la Comunitat Autònoma.

El modo que tenía Francesc Antich de desempeñar su labor era sorprendente, siempre huyendo del gran efecto pirotécnico para recurrir al golpe directo. Una finta y gol. El discurso sencillo, alejado de recursos alambicados, para llegar al tuétano de la cuestión; como exigen los ciudadanos a su alcalde. En los últimos años eran constantes sus gloses en las redes sociales, en muchas ocasiones acompañadas de fotografías del campo algaidí y sus perros, sobre los temas más variopintos, unos análisis tan cercanos como certeros de la realidad. Su modo de hacer política, que desconcertaba a muchos de sus adversarios, fue una de sus aportaciones más valiosas a un mundo que vivió con pasión pero sin sectarismo.

Una vez rota la timidez inicial –actitud que le generó no pocos problemas en su primera legislatura en el Consolat de la Mar–, Antich se mostraba como una persona afable, dialogante, flexible y dada a la risa franca, esa que rompe el hielo e inspira confianza. Una empatía que todos sus colaboradores siempre le han reconocido.

La figura de Francesc Antich trasciende las decisiones que tomó, lo fundamental es que nunca renunció a sus ideales progresistas y su compromiso con su tierra, Balears. Siempre antepuso los intereses de la ciudadanía a la ambición personal, un principio que con los años da la impresión que se diluye de manera irremisible en nuestro país. Con él desaparece la antítesis, por insólito que pueda parecer, de político encopetado. Y es que en ningún momento olvidó sus orígenes y la manera que tenía de servir a la ciudadanía. Se ha ido, demasiado pronto, un buen president.