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EFE/EPR-MADRID
Clara Escribano, una burgalesa oriunda de Pedrosa del Príncipe y afincada en Madrid desde hace muchos años, reveló ayer que un año después de los atentados aún tiene en su memoria «una película constante que pasa por mi cabeza, de lo que viví ese día en el tren».

Clara iba dentro de uno de los trenes, como Mariano Félix Moreno López. Pero éste iba en la cabina del convoy que iba de Alcalá hacia Alcobendas esa fatídica mañana. Fue el primero que sufrió las consecuencias de la barbarie. Dos bombas explotaron en su tren. Un año después, Mariano sigue haciendo la misma ruta, aunque los recuerdos de aquella mañana le vienen constantemente a la cabeza cada vez que hace su entrada en Atocha.

Aquella mañana se subió a un vagón en Santa Eugenia «por casualidad» para acudir a su puesto de trabajo en el hospital 12 de Octubre, ya que su marido, que la llevaba habitualmente, se encontraba de baja. Tras la explosión perdió el conocimiento y sufrió varias lesiones de las que no se ha recuperado por completo.

Todavía está esperando aumentar su capacidad auditiva, aunque sabe que no será por completo. Además le quedan dos trozos de metralla en las cervicales, que no le pueden extraer por su ubicación y padece una rectificación vertical a causa de la onda expansiva.

Clara se reencontró ayer con la persona que le sacó del vagón y que «se ha convertido en un gran amigo mío y de mi familia». Desde ese día, su vida ha sido un esfuerzo constante de superación diaria.

En cuanto a las ayudas de las instituciones, precisó que «en principio fueron rápidas en ofrecerse, pero después han ido desapareciendo, sobre todo a nivel de salud mental. Una gran mayoría estamos acudiendo a psicólogos privados».

«En mi tren explotaron dos bombas -situadas en en cuarto y quinto vagón- y, cuando el convoy estaba vacío, explotó una tercera bomba muy cerca de mi cabina -en el primer vagón- de manera controlada», explicó.

Mariano recordó que la imagen de aquel día que tiene grabada en su cabeza es la del andén de la estación de Atocha abarrotado de gente, entre la que siempre se acuerda de una mujer que esperaba el tren acompañada por su hijo en un carrito. «No se me va a olvidar que cuando entré en la estación estaba el andén lleno. La gente no podía bajar ni por las escaleras», afirmó.