El nieto mayor del ex dictador, Francis Franco, estuvo ayer en la manifestación en contra de la retirada de la estatua.

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La retirada de la última estatua de Franco de Madrid provocó ayer un enfrentamiento entre el Gobierno, el PSOE e IU, que se felicitaron por acabar con un símbolo de «división», y el PP, que acusó al Ejecutivo de «resucitar el pasado». Las primeras críticas se vertieron desde temprano, al mismo tiempo que medio centenar de personas depositaban flores en el lugar donde hasta anoche se erigió la estatua ecuestre, en la plaza de San Juan de la Cruz, y proferían gritos contra el Gobierno del PSOE.

Igual de explícito en sus críticas fue el presidente del PP, Mariano Rajoy, quien reprochó al Gobierno que «resucite» el pasado con un «acto de cara a la galería», cuando es más urgente «y de sentido común» -señaló- tomar decisiones como «retirar al alcalde de Pinto», el socialista Antonio Fernández, que se fue dos meses de viaje oficial a Cuba, Argentina y Chile.

Sin embargo, desde el Ejecutivo el respaldo a la iniciativa fue unánime. Así, la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, aseguró que la retirada ha sido «un acto de normalidad democrática», ya que su presencia no contaba con el «amplísimo consenso» que requiere un símbolo de esas características.

La ministra de Fomento, Magdalena Àlvarez, consideró que era «el momento oportuno» para hacerlo, y señaló que «a estas alturas de la democracia debe ser asumido con naturalidad» el hecho de que se eliminen símbolos de regímenes no democráticos.

Las críticas surgieron desde la mañana, cuando el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, dijo que no sabía que se pensaba retirar la estatua -aunque el Ayuntamiento otorgó licencia para las obras- y, tras evitar dar su opinión, recordó que el ex presidente del Gobierno Felipe González dijo que la efigie había que haberla retirado en vida del dictador, y que no se podían borrar 40 años de historia.

A estas palabras de González se aferraron prácticamente todas las voces del PP, desde el portavoz del PP en el Congreso, Eduardo Zaplana, hasta el vicepresidente primero de Madrid, Ignacio González o el portavoz de este partido en la Asamblea de Madrid, Antonio Beteta.

Zaplana denunció el afán del Gobierno -que calificó como «el más radical de la historia democrática»- de situar el debate «permanentemente en el pasado» y hacer «lecturas parciales de nuestra historia», y aseguró que en este asunto coincide con González.

Frente a estas críticas, el PSOE coincidió con el Gobierno en su valoración positiva. Así, la portavoz de este partido en el Ayuntamiento de Madrid, Trinidad Jiménez, lo calificó de «buena noticia» porque «cualquier símbolo de división y de enfrentamiento entre españoles debía de ser eliminado», idea en la que coincidió el portavoz del PSOE en el Congreso, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Por su parte, el coordinador general de IU, Gaspar Llamazares, consideró que era «imprescindible» y confió en que ello suponga también el reconocimiento de «la memoria democrática del país y reparar el olvido de los republicanos».

También se pronunció sobre este asunto el presidente del Senado, Javier Rojo, quien consideró que la decisión debe ser acogida como un «signo de normalidad y de lógica».