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JAVIER JIMÉNEZ
Ni se arrepentía ni se planteaba entregarse. Rachid Bennis hizo todo lo posible para pasar desapercibido durante su corta estancia en la «guarida» de Fray Antoni Llinás. No está claro si llegó el mismo día del crimen (es decir, el domingo) o si alquiló la habitación el lunes. No se trata de una pensión convencional, no tiene letreros luminosos en la calle ni se anuncia en periódicos. Así es que probable que otro inmigrante le hablara de aquel piso «seguro». Rachid, en el tiempo que permaneció oculto, sólo salió de casa para comprar comida y no se relacionó con ningún vecino. De noche, los residentes oían ruidos de muebles, pero en el inmueble había otros inquilinos. Cambió su aspecto físico porque sabía que la policía le seguía el rastro y dejó aparcado su coche a medio kilómetro de allí, al principio de la calle General Riera. Cuando el lunes la Policía lo encontró Rachid supo que el cerco se estaba estrechando. Su huida estaba llegando a su fin.