El presidente del Gobierno Mariano Rajoy ha estado en contacto con el líder de la oposición Pedro Sánchez durante la crisis independentista. | Reuters

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Pedro Sánchez se ha subido a la barca de Rajoy con la proa puesta en la aplicación del artículo 155 de la Constitución, en la práctica suspensión de la autonomía. Pero con condiciones. Unas condiciones que benefician a ambos. Nótese el primer acto de la jugada: ambos han dejado al Naranjito peleón en un segundo término. Rivera va desmelenado. Quiere suspensión inmediata de la autonomía, echar a patadas a Puigdemont y su Govern y convocatoria inmediata de elecciones autonómicas. Pero Mariano y Pedro han hecho números. Una pronta convocatoria electoral antes de que las aguas se calmen implica la desaparición del viejo bipartidismo en Catalunya. Naranjito se va a comer lo que queda del PP y Ada Colau los restos del PSC. También el PDCat sale trasquilado. Algunos sondeos apuntan a un futuro Govern con la podemita Ada Colau de presidenta y Oriol Junqueras de nuevo vicepresident, muy deprimido por no haber logrado la independencia pero manteniendo poder a espuertas. Este pacto Ada-Oriol pone de los nervios a Mariano y Pedro. Por eso retrasarán todo lo que puedan las elecciones autonómicas catalanas y le pondrán Nivea y bálsamo de bebé a la aplicación del 155.

¿Cómo hacerlo? Primero activando el artículo-guillotina de la Constitución, el famoso uno-cinco-cinco (parece un reactor yanqui, pero no lo es). Pero sin prisas, sin estridencias, dejando todo el margen del mundo a Puigdemont para que siga rectificando y confiando en el bailarín Miquel Iceta como auténtico interlocutor válido de Rajoy y Sánchez. La primera condición que le ha puesto Pedro a Mariano para darle todo su apoyo en la intervención escalonada, medida y suave de la autonomía catalana es que «por nada del mundo se te ocurra meter en el trullo a Puigdemont. Crearías un mártir que pesaría sobre nosotros como una losa». Todo indica que Rajoy ha aceptado.

La inviolabilidad de Puigdemont se basa sobre toda la fuerza de la Historia. Una minoría de los que mandan en Madrid tiene dos dedos de frente. Saben que la sombra de lo que le hizo Franco a Lluís Companys se recordará durante siglos en el Estado español. Companys huyó a Francia tras la caída de Catalunya en enero de 1939. Se refugió en Francia. Tras la ocupación alemana de mayo de 1940, Companys fue detenido por la Gestapo y entregado a Franco. El president de la Generalitat fue torturado primero en Madrid y luego en Barcelona y fusilado tras una pantomima de consejo de guerra por «rebelión». Fue el único presidente democrático europeo que tuvo este trágico final. Hitler capturó al expresidente del Gobierno español Francisco Largo Caballero, al cual internó en un campo de concentración, pero al que no se atrevió a fusilar. Franco tampoco lo reclamó. Era un 'pez demasiado grande'. Con Companys no hubo contemplaciones. Al fin y al cabo, era un 'catalán separatista'.

Por eso Sánchez no quiere un nuevo mártir, una reedición de Companys entre barrotes. El PP le ha dado un buen tirón de orejas al paleto mesetario Pablo Casado (es buen chico, pero lo suyo no es leer libros), que proclamó, desde su ignorancia histórica que «Puigdemont acabará como Companys». No sólo le han reñido como a un niño travieso, sino que Moncloa ha lanzado la consigna a sus cachorros belicosos de 'no hacer declaraciones altisonantes'.

Mariano y Pedro se necesitan. Pedro es el secretario general formal del PSOE, pero en tiempos de crisis como los actuales no controla a su partido. Nótense las pocas y medidísimas declaraciones que hace. De hecho, cada barón regional va a su aire. Francina Armengol baila boleros pidiendo diálogo con la Generalitat mientras la sultana andaluza y el jeque extremeño reclaman caña y mano dura. Y Pedrito haciendo juegos malabares.

Rajoy también arrastra su cruz. El ala dura de su partido y lo más pétreo del aparato del Estado empujan para que haya el máximo de ejemplaridad con los separatistas. Ya se habla de una intervención militar denominada 'cota de malla', se supone que en honor a la protección que llevaban los cruzados del medievo.

Todo apunta pues a esta entente Mariano-Pedro para salvar los pocos muebles que les quedan a sus partidos en Catalunya, utilizando con tacto el 155 y procurando que se apague el caso catalán en los medios de comunicación de todo el planeta, que en estos momentos va a todo trapo. El alivio es que Puigdemont quitó el pie del acelerador en el último segundo cuando estaba a punto de convertirse en mártir. Dicen que quien le convenció no fue ningún mediador internacional, sino la habilísima anguila Iceta, que le hizo ver que si el martes hubiera proclamado solemnemente la república catalana no habría dejado otro remedio a Mariano y Pedro que meterlo en la cárcel con Naranjito dando saltos de alegría.