El profesor del CSIC Fernando Valladares | | NURIA GONZÁLEZ-UPV/EHU

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Fernando Valladares, ecólogo del Centro de Investigaciones Superiores Científicas (CSIC), ya no sabe qué más hacer y cómo explicar los riesgos de la inacción contra el cambio climático. Como él, miles de científicos sienten la misma impotencia. «Voy saltando de emoción en emoción, entre rabia, miedo e incertidumbre por lo que vendrá. A veces tengo que desconectar», confiesa durante una conversación por videoconferencia. Está entre el 1 % de los investigadores más citados del mundo por sus estudios y su trabajo es ampliamente reconocido, pero desde hace unos años divulga como un poseso por todos los medios posibles para evitar «darnos la gran hostia», como dice en tono guasón. Y es que Valladares tiene un gran sentido del humor y un don para la palabra, hasta el punto de haberse embarcado en la producción teatral Zumo de remolacha, con la que espera remover conciencias para que impulsen un cambio que urge.

«Los teatros pueden ser el escenario del cambio que necesitamos», defiendes. ¿Por qué una obra en la era de las redes?
Justo ahora es cuando el teatro tiene más sentido. En la era virtual, los que propagan mentiras no buscan que te las creas, sino que no creas en nada. Se difunden con cachondeo, mala leche o directamente para desestabilizar. La hiperinformación consigue que llegues a preguntarte si existes, porque todo, hasta en lo que había consenso, ahora se cuestiona. La obra de teatro busca que yo, una persona de carne y huesos, salga a un escenario en el cual podréis ver mi lenguaje corporal, mis nervios, incluso el sudor. Explicaré qué hace actuando una persona como yo, que lleva 30 años hablando sobre cambio climático y ni Dios le ha escuchado. La curva de emisiones no termina de aplanarse, así que poco caso nos han hecho. Los científicos hemos probado todo tipo de formas comunicativas, desde informes, artículos de prensa, documentales e incluso, en mi caso, una serie en la que me entrevistó el periodista Iñaki Gabilondo. Lo hemos intentado todo, pero el resultado es que no se termina de cambiar el chip.

Hasta el punto de querer actuar.
No quiero que sea una chapa más sobre cambio climático, pero tampoco una defensa a ultranza de la desobediencia civil, que también la hemos practicado. No somos hooligans, ninguno de los miembros de Rebelión Científica quería tener que lanzar zumo de remolacha sobre la fachada del Congreso para llamar la atención de los políticos. Mira si están mal las cosas para que tengamos que hacerlo. Ahora aspiramos a que la obra sea una catarsis colectiva, un ejercicio de reflexión. Además, en breve llenaré la red de shorts sobre mis vídeos divulgativos. No sé si esa lluvia de perseidas servirá, ya veremos. No gano nada con todo esto, solo quiero que la gente se cuestione las cosas y vea este problema que ya nos afecta.

¿Y creéis que tendrá repercusión?
Una obra de teatro no llegará a grandes multitudes, eso está claro, pero se trata de llegar a gente distinta, que piense y pueda ser un altavoz. Quizás haya un CEO de Coca Cola entre el público que, con las armas bajas, en un teatro, se sienta desafiado y entienda lo que busco transmitir. Eso, en una reunión seria, directamente no funcionaria. Y lo sé por experiencia. Uno no puede tener un lenguaje que interpele a todo el mundo, pero si logramos que cada persona, con su forma singular de ser, haga resonar esta urgencia, podemos conseguir cosas. Información y soluciones hay de sobras, el problema es por qué no actuamos y cambiamos nuestra mentalidad. A principio de año uno siempre se propone ir al gimnasio o aprender inglés. Con la crisis climática pasa lo mismo: hay una tremenda resistencia al cambio, como decía hace poco en un artículo Daniel Innerarity. Si no abordamos eso, cualquier cosa que hagamos será pura cosmética. Todos intuimos que debemos modificar el rumbo de la humanidad, pero eso desafía nuestros valores. Ni yo ni Trump podemos decir qué hay que hacer, cada uno debe comprenderlo y actuar. Podemos esperar a darnos la gran hostia o hacerla más pequeña e incluso evitarla.

No confías nada en los políticos.
No son la solución, aunque la solución sea política. No están a lo que están, y no pienso solo en Mazón. Los hemos engendrado nosotros, no son alienígenas. Su visión es cortoplacista, así que es poco probable que sean capaces de cambiar; irán a remolque de la sociedad. Solo alguno, quizás, empuje un poco. Mi aspiración es que se pongan de perfil y dejen que las cosas ocurran.

¿Te sientes, en el buen sentido del concepto, un poco quijotesco?
A mucha honra. Me dieron un premio Jaume I por mi labor investigadora y estoy entre el 1 % de científicos más citados, pero ¿qué consecuencia está teniendo? Ninguna. De ahí que en los últimos años esté intentando otras fórmulas. Voy absolutamente en plan Quijote: mis hijos llevan años descojonándose de mí. «¿Sales a arreglar el mundo, no?», me dicen cuando me motivo y les cuento alguna idea nueva. Eso me gusta porque me obliga a tener los pies en tierra. El amor es el mejor antídoto contra el odio, pero también el cachondeo, la broma y la empatía. Así es como intento llegar al cuñado, a los que literalmente me odian. Y me odian porque lo que digo es muy incómodo. En redes no bloqueo a nadie para ser consciente de que hay muchos que me odian. El 31 de diciembre colgué un reloj del apocalipsis. Pues claro que no perdonan, es material odiable. «Ya está este tío aguándome la Nochevieja», debieron pensar. Si nos pilla el apocalipsis, que nos pille riendo. Para desinflar el odio intento usar un humor humano, sin recurrir al insulto ni a la ironía ofensiva.

La serie postapocalíptica Station Eleven reivindica, precisamente, que las artes, y en especial las artes como el teatro, en su caso el de Shakespeare, son el elemento imprescindible para humanizarnos.
Es lo que nos falta. Y la idea fuerte de esta entrevista es esa: por qué es necesario una obra de teatro. Vivimos en un mundo en el que hay adolescentes que no se abrazan o adultos que usan el WhatsApp para hablar con sus padres ancianos en vez de ir a verlos físicamente. Hay que poner cara y cuerpo a las cosas, y el teatro lo permite. Hace falta más contacto humano, biológico.

¿Qué le dirías a alguien apenas informado sobre lo que nos espera?
Es algo a lo que me enfrento muchas veces. En general, puedo responder que estamos ante un problema global que ocurre más deprisa de lo que la ciencia vio venir. Y puedo dejarlo allí porque depende de cada persona. A veces es peor que haya escuchado mucho a Trump o a un cuñado; dependiendo de cuánto de ellos tienen dentro, es más complicado dialogar. Al acabar una conferencia que di en Asturias se me acercó un hombre, me dio la mano y me confesó que le había gustado mucho mi intervención. «Soy de derechas y estoy muy de acuerdo contigo», me lanzó. ¡Le rechinaba que su visión política coincidiera con mis explicaciones! Hubiera ido a tomarme una sidriña con él (ríe). Con todo esto quiero decir que para responder a tu pregunta necesito un feedback, como mínimo, de unos segundos para calibrar qué decir. A según qué persona no puedo soltarle que nos vamos a la mierda.

Los beneficios de la obra irán destinados a ayudar a los 15 científicos y activistas acusados de atentado contra el patrimonio histórico por lanzar agua coloreada en las escaleras del Congreso para advertir de que el tiempo para reaccionar ante la crisis climática se acaba.
La idea es que todo sea transparente. No nos haremos millonarios y yo no recibiré ningún duro. El crowdfunding que hemos sacado es para pagar al resto del equipo, porque hacer una obra de teatro cuesta dinero. Si no se les paga, se mueren de hambre. Yo tengo mis necesidades cubiertas, pero una actriz de teatro ecosocial está a dos velas. Y eso que recicla hasta las servilletas. El amor al arte puede llevarte a la inanición, por eso hay que encontrar una forma de rendir cuentas de forma transparente, sin que parezca un timo piramidal. La gente ha recibido con entusiasmo esta propuesta, pero ha dado por hecho que nos verá sobre el escenario. La realidad es que estamos en la frase crítica para que la obra pueda ser una realidad. Cuando eso esté cubierto, el beneficio irá a todos los sancionados.