Un maniquí con mascarilla y poco más domina el escaparate de la calle Velázquez. | Jaume Morey

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Es como si el pintor que da nombre a esa calle de Palma hubiera vuelto a la vida después de la pandemia por el coronavirus de 2020, echado mano de su paleta y dado color a toda esa vía. Especialmente a algo que marcaría los tiempos de su retorno del pasado: las mascarillas que llenarían los escaparates a principios de junio.

Bueno: esa es una explicación posible pero no la definitiva ni la que quedará para la historia. Ocurre un poco lo mismo que con el nombre de la calle. Que todo apunta a que cuando en 1920 el Ajuntament la llamó Velázquez –según el historiador Gabriel Bibiloni tendría que haberse llamado ‘es carrer d'en Camaró'– lo hizo pensando en Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, pintor de la Corte en el XVI.

Para quedarse con una versión más aproximada a la realidad que la resurrección del pintor que explique los motivos por los que la calle Velázquez se ha llenado de mascarillas de colores, quizá sea mejor escuchar a quienes han tenido esa idea.

Este viernes se cumple el día 83 del estado de alarma pero (por ejemplo) a Andrea Torlaschi se le ocurrió en las semanas duras del confinamiento. Es la propietaria de una mercería que se llama así, La Mercería, y que ha llenado el escaparate de mascarillas. Ella misma las confecciona a máquina. Cuenta que iba viendo las noticias de lo que estaba ocurriendo por el mundo –especialmente de Italia, su país de origen– y que pensó que esa prenda iba a hacerse imprescindible.

«Fueron un éxito; cuando abrimos la mercería nos las quitaban de las manos», precisa. Torlaschi es modista e impartía antes un taller de costura. No sólo inventa mascarillas sino que, también, una suerte de cordones como los que se utilizan para llevar las gafas colgadas del cuello. Las máscaras son de algodón, de diferentes medidas y su precio va de los 3 a los 5 euros. «Me paso todo el día haciendo mascarillas», afirma.

La historia de Alejandro Vaquer se parece mucho pero –como ocurre siempre en cualquier historia– tiene algún punto que la hace diferente y excepcional.

El escaparate de Imon no sólo está repleto de mascarillas de colores sino que exhibe un maniquí con esa prenda y poco más como única indumentaria. A Vaquer le interesa resaltar que el maniquí, de mujer, tiene nombre y que «se llama Apolonia». Imon no es una mercería ni una tienda de moda. Es una peluquería.

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«Además de peluquero soy modisto; mi pareja también lo es y hace ropa para ball de bot», cuenta. De llamativos diseños, acepta cualquier idea (se compromete a tener «una de patos» para otro día pero muestra una de cisnes), también se le ocurrió confeccionarlas durante los días duros del estado de alarma.

«Hice 120 que regalé a un centro social pero me dije por qué no sigo. Y eso hice. El 4 de abril abrimos la peluquería y ya llevo 1.600». Las vende a 9 euros. Y, por 3 euros, cinco filtros para ir cambiándolos.

La gente que pasea por Velázquez (peatonal desde 2019) se detiene ante ese y otros escaparates. Según Vaquer, la calle ha cambiado «para bien» desde que dejaron de pasar vehículos.

Más calles para el paseo

«Esta era una calle gris y oscura en la que no pasaba ni Dios. Ahora da gusto», afirma antes de cortar el pelo a un cliente al que le facilita otra mascarilla de colores vivos. Todas, además de estampación variable, llevan una pequeña etiqueta con los colores del Arco Iris. «Además de ser la bandera gay, es que se ha elegido para animar a la gente durante pandemia, con lo que estoy muy contento», dice.

Carmen también ha incorporado el complemento que definirá la nueva normalidad a su tienda de la calle Velázquez. Es una tienda de moda. Y se llama Happy Dreams. Cuestan 12,90 euros. Carmen afirma que, poco a poco, irá incorporando más.

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Las mascarillas van asomando por muchos escaparates de la ciudad, especialmente en los de las mercerías. Hay que ponerle imaginación a los nuevos tiempos. Si esto se alarga, las quirúrgicas e higiénicas irán dejando paso a otras marcadas por la imaginación y los colores.

Las calles peatonales –una apuesta del Ajuntament de Palma– permitirán una mirada. El consistorio tiene claro, según se informa desde la Alcaldía, que el futuro inmediato tiene que ser peatonal y con menos coches. De momento, cada día, se cierran tramos de calles para el paseo. Y se llenan de colores.