El presidente del Govern por entonces, Gabriel Cañellas, visitando el barrio.

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Orgulloso, pero sobre todo diferente. Estos son los adjetivos que más suenan cuando hablas con algún vecino de Canamunt y sa Gerreria. Dos barrios diferentes, pero unidos y marcados a fuego por su pasado, su calles minúsculas y su trazado sinuoso y laberíntico. Entre los 80 y finales de los 90 se los conoció bajo el mismo nombre: el Barrio Chino. Aunque fueran zonas diferentes, al igual que sus problemáticas, parecían ir a la fuerza de la mano.

Ubicada en pleno corazón del casc antic de Palma, fue una zona donde las fronteras sociales siempre fueron difusas. En el pasado convivían casi puerta con puerta algunas de las familias más pudientes de Palma, con la clase media y la más humilde: «En la Plaça del Quadrado nos mezclábamos para jugar los hijos de la familia Dameto, la hija de un distribuidor de juguetes como era yo y el hijo de un alfarero. Y a todos nos parecía algo normal», señala Malena Roig, toda una veterana del barrio, que ha sido espectadora de su esplendor, su lenta e inexorable degradación, pero también su resurgir tras la famosa rehabilitación de los 2000.

Nació en la misma calle Sans en 1948 y de joven recuerda que desde su habitación podía escuchar ensayar por las noches al mismísimo Xesc Forteza en el teatro pegado a su casa. Ahora, desgraciadamente, no reconoce el barrio en el que ha crecido y en el que educó a sus hijos: «Nos quisieron echar con la heroína y ahora lo intentan a base de dinero que, al final, es lo mismo: una droga. Pero de aquí solo me sacan con los pies por delante», asegura Malena, que un día sí, otro también recibe ofertas por su vivienda, sin ni siquiera haberle echado un vistazo.

Los miembros de la asociación dan el pistoletazo de salida a las primeras fiestas de la barriada, tras años sin celebrarse.

Foco hipster, atracción para inversores extranjeros y precios desorbitados mandan hoy en día en la zona. Para luchar contra este presente, se inauguró en la librería Rata Corner (calle Hostals, 17) una exposición fotográfica que recordaba el trabajo realizado por los residentes en estas barriadas durante los «años duros» de la droga. De las fiestas recuperadas de la Trinidad al equipo de futbito infantil, pasando por la imagen de la degradación del barrio y las cuadrillas vecinales de limpieza, las reuniones con políticos para encontrar soluciones o las noches de verano y jolgorio en las que todos los vecinos, tanto residentes de toda la vida, recién llegados y población gitana, se unían en conciertos improvisados, la memoria de este barrio pretende seguir viva.

Pasado, presente y futuro

Los barrios de Canamunt y sa Gerreria fueron durante años «esa zona de la que nadie hablaba, ni mucho menos se acercaba», señala Marisol Fernández, una de las fundadoras de la asociación de vecinos Canamunt-Ciutat Antiga en los 90, que también recuerda que los primeros policías locales de Palma que patrullaban con pistola por Ciutat fueron los asignados al casc antic : «Estas calles desaparecieron del radar de la gente durante casi dos décadas. Y nadie hacía nada. Fue como un olvido colectivo», lamenta esta residente.

La cantidad de basura era tal en las calles que los vecinos optaron por limpiar ellos mismos.

«Fue lento, pero inexorable –rememora Malena Roig sobre el proceso de degradación de la barriada –. Los primeros yonkis comenzaron a aparecer a finales de los 70 y en el 84 pedí en la reunión de vecinos cerrar el portal porque mi hijo pequeño se encontraba allí a gente pinchándose», dice esta vecina, que también recuerda que «el mismo Consistorio palmesano subvencionó las rejas en muchos patios de casals mallorquines, después de que los propietarios los cerraran con portones de madera para evitar el consumo de droga dentro».

Acción vecinal

«Quien más, quien menos ha visto morir gente en Canamunt», explica Marisol Fernández, vecina de la barriada desde 1982. «Nuestros objetivos pasaban por rehabilitar el barrio, mejorar la seguridad y, sobre todo, recuperar la calle para los vecinos. Mucho trabajo, por supuesto. Y la mejor forma de juntar a esos dos mundos que convivíamos allí fue el equipo de futbito que montó la entidad con los niños del barrio. Eran unos cracks. Una vez los llevamos a cenar a Gènova; incluso uno de los chicos nos confesó en una salida que era la primera vez que se subía en un ascensor. ¿Te imaginas?».

El equipo de futbito de la barriada reunió a más de una veintena de niños del barrio, la mayor parte de etnia gitana.

Esta visión la ratifica Isabel Cortada, asistenta social en el Centro Municipal de Servicios Sociales Ciutat Antiga, entre 1990 y 1998: «Estos niños tuvieron que adquirir hábitos de limpieza, no podían faltar a clase si querían jugar... encontraron algo que hacer en ese microcosmos que era Canamunt. Y vaya si lo hicieron. Una pena que la rehabilitación de la barriada echara por tierra tanto trabajo. Expropiaron las casas y muchos se dispersaron. Les perdimos la pista», lamenta la asistenta social.

Los niños del barrio celebrando las primeras fiestas de la Trinitat en la Plaza del Quadrado. La caseta del fondo apareció quemada al día siguiente.

«Nunca nos sentimos engañados con el proyecto de rehabilitación del barrio, pero sí decepcionados. No queríamos que echaran todo abajo y la gente se fuera. La idea era mantener sus señas de identidad», asegura Marisol Fernández, al tiempo que aprueba la labor que está haciendo la nueva junta directiva: «Ahora tenemos un nuevo depredador, en forma de turismo de lujo. Es cosa nuestra evitar que acaben con nuestra forma de vida», finaliza.