Mari Valero, kioskera en el emplazamiento de Las Ramblas.

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La realidad se divide, en ocasiones, en diferentes caminos paralelos. Mientras la digitalización se encuentra en pleno bullicio, propulsada por la pandemia, en la misma ciudad cada mañana siguen acudiendo, puntuales, cientos de personas a los kioskos de barrio a comprar periódicos, a ojear las revistas de la semana y a recargar, con prisas, la tarjeta ciudadana. Estos seis puntos, con décadas de historia a sus espaldas, ven su realidad amenazada. El parón de la pandemia y las conversaciones entre empresa y Ayuntamiento han abocado, si nada lo impide, a un cierre inminente a mediados de agosto.

Aunque haya quien los considere muertos, los seis kioskos de Palma mantienen un flujo constante de clientes. «El día a día es muy entretenido», asegura Remedios, al frente de la mítica caseta de la Plaça Joan Carles I y que lleva trabajando en la empresa 18 años. Si bien es cierto que «la pandemia ha marcado un antes y un después», este verano, de récord turístico, multitud de extranjeros visitan a Remedios para comprar souvenirs o un refresco en un intento por paliar el intenso calor. «La gente sigue comprando revistas y periódicos. Sí que vienen», mantiene tajante Mari Valero, trabajadora del kiosko de Las Ramblas. Con una clientela residente, que ronda los 40 años de media, su actitud extrovertida y graciosa seduce a quien acude por primera vez para que vuelva. En su caso, además de recuerdos de viaje, uno de sus productos estrella son los típicos cromos. Y es que, en el monopolio de tablets y videojuegos siguen cabiendo tazos y otros coleccionables. «Ahora están de moda los de La Liga y de Pokémon. Se venden un montón», confirma mientras despacha a Maria del Carmen López. Clienta desde hace años, no da crédito al posible cierre. «¿Y dónde voy a ir a cargar la tarjeta del bus?», se pregunta indignada. «Si hay que salir a hacer revolución, salimos. Con pancartas y todo», sentencia.

La tesis de la afluencia a kioskos se puede comprobar muy fácilmente. Tan solo hace falta acercarse al ubicado en la Plaça d'Espanya para ser testigo del incesante ir y venir de turistas y pasajeros de buses de la EMT que, en agosto, pueden que pierdan algún que otro trayecto al no contar con el rápido punto de recarga del kiosko que allí se encuentra. «Llevo años viniendo a comprar periódicos, revistas y a recargar la tarjeta del bus. No entiendo por qué lo quieren quitar. Precisamente este es muy útil», recalca la usuaria Fanny Torres.

Florencia González, Fanny Torres, Nowak Zbigniewse y Maria del Carmen López.

Vida de barrio

Quizá el local contrario, más de barrio, sea el de la Plaça del Progrés, frecuentado, sobre todo, por vecinos de toda la vida. El trasiego constante se acentúa los fines de semana, cuando se producen colas para hacerse con el periódico, entre charla y charla. Uno de ellos es Tomás Utrilla, residente en Santa Catalina desde hace 37 años, a quien la noticia del posible cierre le ha indignado notoriamente: «Los kioskos forman parte de la vida del barrio. Sería muy triste verlos cerrados». El polaco Nowak Zbigniewse es de los madrugadores. Antes de coger el TIB, rumbo a Santa Ponça para trabajar, acude al kiosko de la Plaça d'Espanya o al de la Porta de Sant Antoni para recargar el abono y aprovecha, en ocasiones, para comprar el periódico, en una ya tradicional rutina con un objetivo: integrarse en la sociedad mallorquina. Sobre la noticia del posible cierre, declara: «No lo sabía. No sé dónde podré recargar la tarjeta». La incertidumbre es protagonista entre trabajadores y clientes, a la espera de una decisión desde las altas esferas que les permita seguir con una costumbre que se resiste al cambio y que conserva grandes defensores. Remedios, tras 18 años en el sector kioskero y aún apasionada de su trabajo, se muestra esperanzada: «Estoy convencida de que es un espacio con un enorme potencial».