Magdalena, Isabel y Concha Quesada. | Teresa Ayuga

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Llegó la hora del cierre para otro comercio emblemático de Palma. Quesada empezará en septiembre la fase de liquidación y a finales de ese mes echará la persiana tras 130 años dedicadas a la decoración y la artesanía. La cuarta generación –formada por Isabel, Magdalena y Concha Quesada– dice así adiós a un negocio familiar que ha vestido y amueblado las grandes casas de Palma, como can Morell (el actual Casal Solleric), can Vivot o el Palau March, así como el hotel Formentor de la mano del millonario argentino Adan Diehl.

«Mi padre estuvo tres años yendo y viniendo en barca hasta Formentor para hacer los muebles y las cortinas del hotel en la década de los años 30», cuentaIsabel Quesada, la última de la saga familiar y memoria de un negocio que exhibía la destreza de los mejores artesanos de la Isla. Entre su vasto currículum, estaban también las butacas del cine Born, con un tapizado de terciopelo verde. «Con un retal me hicieron una falda y alguna vez coincidió que la llevaba cuando me sentaba en esas butacas», dice. En 1890, Joaquín Quesada abrió un establecimiento en el paseo del Born y en 2015 se trasladó junto a la calle Concepció. Quesada llegó tener contratados más de cuarenta artesanos entre carpinteros, ebanistas, tapiceros y modistas, que trabajaban en un amplio taller de la calle Sant Feliu. «En los años 40 y 50, nosotros exportábamos a Gran Bretaña los llamados muebles confortables, con muelles», tal era la excelencia de sus artículos.

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Retrato de Joaquín Quesada.

Aún conservan en la tienda un cuaderno con los detallados dibujos (en la imagen del centro), donde los clientes podían encargar a medida sillas, secreters, aparadores o cabeceros de cama. Uno de sus últimos trabajos ha sido la cúpula del museo de Sa Bassa Blanca y a día de hoy siguen llegándoles encargos de los sucesores de aquellas casas que hace décadas les encomendaron muebles, cortinas y paredes tapizadas que remiten a un pasado fastuoso, alejado del minimalismo ahora imperante.

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Casas decoradas por la firma.

Pérdida del oficio artesano

«Se ha perdido el oficio artesano. Es un desperdicio y una pena enorme», cuenta Isabel Quesada, que se alivia de que por lo menos la roba de llengües se encuentra ahora en un estado de salud magnífico. Su propio negocio familiar está preparando la despedida y a falta de relevo familiar no descartan ayudar a quien desee seguir con el oficio. «Así es la vida. Tenemos ganas de disfrutar y agradecemos mucho a los clientes su fidelidad y apoyo en estos 133 años», dicen con cierta nostalgia las integrantes de la familia Quesada.