Usuarios de patinetes eléctricos discurren por el carril bici de la zona del Portitxol, en Palma. | P. Lozano

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«Hay pocos como tú». La frase lanzada a pie de calle por una agradecida señora de mediana edad ante un usuario de patinete eléctrico que tuvo la ‘osadía' de frenar y detenerse frente a un paso de peatones en Palma debiera dar que pensar. Mal vamos cuando la norma se convierte en excepción, o viceversa. Últimamente la popularización de estos medios de transporte urbano propicia choques y encontronazos de cada vez más frecuentes en plazas, aceras y calles. La clave reside en aprender a convivir, abrir bien los ojos y tratar de no colisionar, por el bien de todos.

El uso diario del patinete eléctrico por una capital como Palma permite incidir en ciertas observaciones a partir de la práctica y la experiencia propias. Es verdad, existen 'patinetistas' cuidadosos, y otros son más cazurros. En su caso las prisas pasan por delante de las de los demás, incluso a riesgo de dañar la integridad ajena y la suya propia. De modo similar a cuando alguien se pone al volante, o pilota una motocicleta, puede adoptarse una actitud serena y responsable a los mandos de un patinete, o por contra constituir un auténtico peligro público.

De qué depende optar por una dirección o la otra. En mi humilde opinión la cuestión va de civismo y de concepto sobre el uso de la vía pública. Una cuestión de educación en definitiva, de esa que se imparte en la escuela pero especialmente en casa, a cargo de cada familia. La evidencia muestra que la realidad es problemática. Por ejemplo, hay personas que discurren por Ciutat a sus anchas, como si toda Palma fuera suya. Ello implica cambios de rumbo abruptos, sin previo aviso, y por supuesto sin echar un solo vistazo preventivo alrededor.

Algunos parecen salir de casa cada mañana perfectamente equipados con gríngolas, esas protecciones con que se equipa a los caballos de carreras para que solo miren hacia adelante durante la competición. Ello comprende tanto a transeúntes como a usuarios de vehículos de movilidad personal (VMP), y ciertamente supone un peligro para todos. Puede que el estrés y el ritmo de vida acelerado tengan algo que ver. El uso intensivo de los móviles y redes sociales tienen algunas ventajas, pero desde luego se convierten en malos consejeros cuando vamos de camino a cualquiera de nuestras paradas cotidianas.

La realidad se torna más rigurosa aun alrededor de estas fechas en Palma. Al habitual paseo de los vecinos se le suma un ingente número de turistas que recorren la ciudad de forma más o menos ligera –se comprende, están de vacaciones–. El otro día atropellé a una de esas en la plaza de España. La fémina, más o menos coetánea de la que aparecía al principio de este escrito y centroeuropea con toda seguridad, no sufrió lesiones graves, afortunadamente. Para mi sorpresa la señora no tardó ni un instante en disculparse.

Pese al topetazo, los rasguños y el susto inicial, la turista cayó en la cuenta que ella misma había provocado el siniestro, al invadir el carril bici de forma sorpresiva e implacable, con el paso firme de una manada de ñus. Estando de vacaciones, o en nuestro día a día, deberíamos prestar más atención a aquello que nos rodea. Fomentemos entre todos la toma de conciencia espacial, incluidos los otros vehículos y usuarios de la vía pública. Y llegado el caso tiremos de empatía. El usuario de patinete, al descabalgar, es un ciudadano de a pie. Un hijo de vecino, como tú.