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La ciudad se va transformando a marchas forzadas y donde antes había un edificio tradicional, hace años que emergen costrucciones de líneas puras que hace que muchas veces el palmesano no reconozca ciertos rincones de Ciutat. La arquitectura tradicional del siglo XIX, con sus volutas y adornos florales, se mezcla con un edificio negro, acristalado, que a su vez linda con un inmueble racionalista de cuatro plantas. Estos anacronismos inmobiliarios tienen especial apogeo a pie de calle. Las arterias comerciales son víctimas de las modas globales. Un vistazo por nuestras calles es similar a un paseo por Instagram.

Caterina Cantalleras, profesora jubilada de Historia del Arte de la UIB, advierte que «algunas construcciones no son representativas de la arquitectura contemporánea. No tienen calidad arquitectónica. Que sea bonito o feo ya es una cuestión de gusto».

Para Cantarellas, una de las cuestiones más dolorosas es la proliferación de «piscinas en azoteas. No tiene nombre. La ciudad no está preparada para ello y supone un considerable gasto de agua y un problema medioambiental». De hecho, el anterior consistorio tuvo que poner freno a su construcción. Cantarellas, además, lamenta que «todo se reconvierte en hotel boutique para las clases altas y la población tradicional se desplaza».

¿Cuál sería el sinónimo de los nuevos tiempos? Los edificios de puro cristal, con balcones convertidos en pequeños invernaderos. «A ver, un poco luminosas tendrían que ser las viviendas, pero no tanto», advierte Cantarellas. Del tradicional forjado de hierro se ha pasado a jaulas de cristal donde se observa todo, pero también se puede ser visto desde la calle. Las temperaturas que alcanza la ciudad invocan un clima tropical en el interior de la vivienda, al que se sobrevive «gracias al aire acondicionado».

«En la isla tenemos miles de chalets preparados para los Pirineos, con azoteas pronunciadísimas para evitar la acumulación de nieve... ¡En un país sin nieve!», se escandaliza Cantarellas, mientras lamenta los efectos de «la globalización, de las tendencias de extremo oriente. Todo se moderniza pero sin distinción».

La proliferación de cartelería multicolor, que no guarda ninguna relación con el entorno urbano es uno de los dolores de cabeza más frecuentes, especialmente en el centro. «Hace millones de años que están prohibidos pero es una batalla que casi no se emprende. Pero al final, los carteles se pueden quitar y poner», concede la experta. También pone en entredicho el minimalismo: «Es la moda de vivir rápido y casi en un hotel. No cocinas, no haces nada, es una estancia de paso impersonal».

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Miami Beach
Como dice un arquitecto anónimo, «hay que contextualizar la arquitectura en el entorno, pero luego los clientes tienen sus demandas. Somos algo más que clima: somos territorio, identidad y hay que mantener un respeto por el entorno». La moda del cristal «hace que impida entrar el embat que resfresca la ciudad y el interior de la vivienda se convierte en un infierno. Ahora mucha gente viene atraída por Palma, por un glamour que se ve desde fuera pero que no se integra aquí. Hay una estética de Miami Beach, globalizada».

Por su parte, Toni Sorell se muestra a favor incluso de cierto «feismo. No todo tiene por qué ser instagrameable. Y el negro debería ser el color a erradicar en Palma». Sorell, diseñador gráfico activista que pelea por mantener en patrimonio gráfico de la ciudad, pone un ejemplo evidente. «En una cafetería de Santa Catalina se rodó una serie alemana que pintó la fachada de verde. Hubo un efecto contagio en los locales del barrio, cada uno del color que le daba la gana, cargándose la normativa urbanística vigente. Necesitamos una uniformidad en las fachadas».

Habla de «auténticos atentados cromáticos», así como denuncia «las fachadas forradas de ploter [lámina de plástico de diseño], que vemos a pie de calle. Debería haber un respeto en el Kilómetro 0 de Palma», dice refiriéndose a las tiendas que se encuentran cerca de Cort.

Mientras tanto, ARCA lleva años denunciando que «muchos comercios llenan sus fachadas de letreros enormes la mayoría de plástico o vinilo o incluso pantallas con imágenes móviles como si toda la ciudad fuera un espacio publicitario». La portavoz Ángels Fermoselle dice que «la mayoría de los souvenirs se creen que están en el Arenal en lugar de en un centro histórico declarado BIC. No se hace cumplir de manera eficaz con la legalidad. El feismo llega a todos los barrios».

Fermoselle denuncia que «las pintadas vandálicas siguen sin ser eliminadas con premura. Y se siguen derruyendo edificios con historia para ser sustituidos por otros sin personalidad. No basta hacer proyectos concretos como el Paseo Marítimo o una plaza... Hay que cuidar todas las calles y controlar sus usos y su estética».

La portavoz de ARCA afirma que «dicen que Palma quieren ser ciudad Patrimonio de la Humanidad, pues actuemos en esa línea, y copiemos aquello que se hace bien en Santiago de Compostela o en Girona, que lo son y también sin turísticas y con grandes centros históricos. Pero hacen respetar las normas y nos dan cien vueltas».