Fachada de Alfredo Joyería, en el centro de Palma. | Jaume Morey

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El 19 de enero la barrera de Alfredo Joyería bajará para siempre, después de 55 años de actividad en el centro de Palma. Carlos García dice adiós al negocio familiar que abrió su padre Alfredo en la calle Vidrieria y que en 1992 se trasladó a la calle Santa Eulàlia, en una prolongación de Argenteria.

Hasta hace unos años, esta vía comercial era el epicentro de las joyerías de Palma, siguiendo la tradición de siglos atrás. En cuanto cierre Alfredo Joyeros «solo quedarán tres en esta calle. Hace unos años había una docena de estos negocios», cuenta Carlos García.

Este joyero veterano se jubila anticipadamente, empujado por la entrada en vigor de la Ley de Seguridad, que a partir del 1 de enero obligará a incrementar las medidas del nivel 3 a 4. «Nos obliga a las joyerías, las loterías del estado, bancos y casas de apuestas. Tendré que instalar unos cristales más gruesos, con blindaje. Yo tendría que contar con dos puertas blindadas», dice. Además, tendría que instalar una caja fuerte con apertura retardada.

Rosa y el artesano Carlos García.
El joyero Carlos García junto a su mujer, Rosa, que dejarán la joyería en enero. Foto: Jaume Morey

«Para adaptarme a la nueva normativa tendría que invertir 40.000 euros más otros 10.000 euros de reforma. A mis 60 años no me los voy a gastar», dice García. A partir del año que viene los establecimientos obligados a cumplir con la normativa podrán ser multados con 3.000 euros si no cuentan con la caja fuerte de apertura retardada, advierte García. Así que prefiere no correr riesgos.

Y advierte que se va «en el peor momento». La marcha de Alfredo Joyeros se suma a un intenso goteo que se ha ido prolongando a lo largo de los últimos años. «Apenas quedan joyeros con taller propio, unos cuatro o cinco en toda la Isla. Antes el cliente tenía la sartén por el mango y podía elegir talleres. Ahora apenas tienen donde elegir», afirma García.

Carlos García, en su taller de joyería
Carlos García, en su estudio de trabajo. Foto: Jaume Morey

A su conocida joyería se acercaban clientes que querían joyas especiales con diseño propio. «Soy un joyero clásico», advierte el empresario, mientras muestra sus piezas ajenas a modas pasajeras.

Prueba de la paulatina desaparición de este oficio en extinción es que ya no existe el gremio de joyeros. Las nuevas generaciones han abandonado la vocación. Mientras tanto, en el centro de Palma se van multiplicando los establecimientos de grandes cadenas que venden bisutería. El maltrecho presupuesto de los clientes opta por piezas mucho más económicas.

Aún así, García advierte que «la joya ha renacido», una vez que se ha digerido el trauma de la crisis de 2008 y tuvo que deshacerse de piezas con valor económico. «Aún hay gente que aprecia los metales preciosos y las gemas», explica García, que empezará en breve a liquidar las existencias de su tienda.