Ir en silla de ruedas por Inca, como en muchas otras ciudades, es
una auténtica carrera de obstáculos. Las aceras rebajadas que hay
en la capital del Raiguer son pequeños oasis en medio de un gran
laberinto de obstáculos hechos de bordillos altos, aceras con
socavones, contenedores en esquinas, materiales de obra ocupando la
vía pública o señales y semáforos mal distribuidos. Un cúmulo de
dificultades que ponen a prueba la forma física de los
discapacitados.
Lo más preocupante, sin embargo, es que en el caso de Inca
muchas de las aceras nuevas no incorporan las pendientes que
eliminan la barrera arquitectónica que supone para cualquier
persona que se mueve sobre ruedas subir o bajar un escalón.
Empezamos nuestra ruta por la estación con un protagonista, Pere
Pons, un verdadero experto en el deporte de moverse sólo con su
silla de ruedas. Aunque el acceso a los andenes está adaptado la
compra de un billete no lo está, pues el acceso a la caseta de la
estación cuenta con una puerta estrecha precedida de un pequeño
escalón. Dos elementos que complican la entrada.
Continuamos nuestro paseo hacia la estación de autobuses, una
obra muy reciente. Las aceras no están rebajadas y además para
poder viajar en autobús los discapacitados deben avisar con
antelación a la empresa de transporte, ya que habitualmente los
vehículos que utilizan no cuentan con una plataforma necesaria para
subir y bajar a un minusválido.
Seguimos, pues, hacia el nuevo paso soterrado, perfectamente
adaptado para sillas de ruedas. Aún así llama la atención que en
esta gran obra fallen las nuevas aceras que en la esquina con la
Avenida Antoni Maura, frente a la plaza de Toros, miden más de 15
centímetros. Una dimensión que pone a prueba la habilidad incluso
la resistencia de la silla de ruedas.
La avenida Antoni Maura, sin embargo, acumula otros problemas.
La mediana para minusválidos y cochecitos de bebé está hecha justo
delante de los árboles, un nuevo obstáculo ya que para subir a la
acera nuestro protagonista, Pere Pons, se ve obligado a transitar
entre los coches aparcados y los circunda -todo un peligro- hasta
llegar a alguna de las esquinas de las calles Ramon Albertí o dels
Almogàvers que sí cuentan con bordillos rebajados.
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