El sonido inconfundible de los xeremiers, el ruido del trabajo de los artesanos, los pasos de los caballos, las canciones de los juglares y los aromas de comida casera anuncian desde el pasado viernes y hasta mañana una fiesta que Capdepera ha sabido convertir en tradición.
Se trata de un fin de semana agraciado por el buen tiempo en el que los gabellins hacen uso de la memoria colectiva y, con imaginación e ilusión, se reencuentran con sus raíces medievales.
Tres días con sus respectivas noches en los que las calles se visten de gala con enormes telas de colores, escudos y banderas. Todo sirve para dar la bienvenida a los miles de visitantes que año tras año acuden a esta cita para disfrutar del inmejorable escenario en el que se convierte el Castell y todo el centro del pueblo.
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