A vista de pájaro, las huellas que dejó el incendio de el Puig de Estorell, en Lloseta, todavía son visibles. Aun cuando se cumple una década del siniestro, el perímetro del fuego que afectó el Puig se puede distinguir desde el aire.
El incendio se inició en el verano de 1999 cuando un rayo hirió un algarrobo, en la zona más próxima al término municipal de Selva. Las llamas afectaron la Comuna de Biniamar, catalogada como Àrea Natural de Especial Interés, y se extendieron hasta el Puig Estorell, quemando 102 hectáreas.
«El incendio fue dramático porque en la parte de abajo del Puig vivían familias», explica el alcalde de Lloseta, Bernat Coll. Hoy en día, la Comuna ha vuelto a la normalidad y se «trabaja para preservar su valor medioambiental», asegura el alcalde del municipio de Selva también afectado, Joan Rotger. Durante este tiempo, tanto los pinos como las matas que se quemaron, se han regenerado de manera natural.
La responsable de la Sección de Incendis Forestals de la Conselleria de Medi Ambient, Catalina Puig, afirma que «no se realizó un plan de restauración porque 53 hectáreas, la mitad de la zona quemada, estaban desarboladas». Sin embargo, se retiró la madera quemada. Con respecto a la recuperación del terreno, Puig constata que «diez años son pocos, ya que se necesitan al menos treinta años para la regeneración total del Puig».
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