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Diana Pretty, de 42 años y en estado terminal por una incurable enfermedad neuronal motora, inició ayer una batalla legal en el Tribunal Superior de Londres para poder morir. Pretty, madre de dos hijos y procedente de Luton (sur de Inglaterra), argumenta que su calidad de vida es nula y, por eso, pide un cambio legislativo que incluya el derecho a morir.

Según su marido, Brian Pretty, la enferma «no puede ni andar, ni usar sus manos o sus brazos y su capacidad de hablar es muy limitada. Es como un bebé, pero con el conocimiento y los pensamientos de una persona adulta». Pretty es tan poco dueña de sus actos que ha pedido a su esposo, con el que lleva casada veinticinco años, «ayuda para morir».

Sin embargo, el director de la Fiscalía Pública, David Calvert-Smith, ya advirtió la semana pasada de que, en virtud de la Ley de Suicidio de 1961, no puede garantizar que su marido no sea procesado si ayuda a su esposa a cometer suicidio. Respaldada por la Sociedad de la Eutanasia Voluntaria y el grupo pro derechos humanos Libertad, Pretty sostiene que su situación, degradante e inhumana, y la postura de Calvert Smith contravienen la Convención Europea de Derechos Humanos.

«Pelearemos el caso en los tribunales y, en caso de perder, apelaremos porque quiero que ella cumpla su último deseo», ha dicho su esposo. Pretty, a quien se le diagnosticó la enfermedad hace dos años, llegó a escribir el pasado junio una carta al primer ministro británico, Tony Blair, instándole a modificar la legislación para permitir la eutanasia voluntaria.