La veintena de mallorquines que se encontraban de vacaciones en New
York durante el apagón eléctrico de la pasada semana, que están
regresando a la Isla en cuentagotas durante estos días, vivieron la
experiencia casi como una aventura, aunque algunos de ellos, caso
de la pareja formada por David Picó (29 años) y Susana Carbonell
(26 años), que se encontraban de viaje de novios y que tenían que
regresar el jueves, el día del apagón, no olvidarán fácilmente todo
lo sucedido.
Los mayoristas españoles que canalizan normalmente turistas a la
capital neoyorkina, entre ellos Tiempo Libre-Mundicolor e Iberojet,
señalaban ayer por su parte, para tranquilizar a amigos y
familiares: «Nos hemos puesto en contacto con nuestras oficinas y
delegaciones y los turistas procedentes de la Isla se encuentran
perfectamente».
Sin embargo, si el apagón en la Gran Manzana puso de manifiesto
el talante cívico de los habitantes de esta emblemática ciudad por
la respuesta social que hubo, los aeropuertos, en concreto el de
JFK, registró un auténtico caos por la avalancha de pasajeros y el
trato que algunas compañías aéreas.
Es aquí, donde David Picó y Susana Carbonell exponen su
experiencia con toda crudeza por el calvario que tuvieron que
vivir: «El apagón nos pilló en el metro de vuelta al hotel tras
visitar la Zona Cero y, la verdad, es que no nos enteramos. Se paró
el tren de repente y se apagó el aire acondicionado. Nadie nos
explicó nada y esperamos más de media hora encerrados en el vagón
hasta que una persona lo abrió y nos dijo que fueramos por la vía
hasta una salida de emergencia. A oscuras y de uno en uno, llegamos
a una escalerilla de emergencia, por la cual subimos hasta la boca
de una especie de alcantarilla y poder así acceder a la calle.
Allí, el espectáculo era impresionante: miles y miles de personas
bajando por la calle. Tras recuperarnos de la impresión y ver que
nos encontrábamos a mitad de camino del hotel, al cual teníamos que
ir urgentemente porque nuestro vuelo salía por la noche. Al final
llegamos al hotel y recogimos el equipaje, pero al estar todos los
servicios colapsados no había taxis disponible. Menos mal que el
portero del hotel llamó a un taxi, pero no quería llevarnos al
aeropuerto, aunque una pareja de japoneses y nosotros nos vimos
obligados a pagar el doble de la tarifa para que el taxista nos
llevara», relata Picó.
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