Juan Pablo II reapareció ayer en público, tres días después de
ser dado de alta, desafió su precario estado de salud, demostró que
mejora y que, aunque tiene la voz muy débil, no la ha perdido y
está dispuesto a seguir al frente de la Iglesia hasta el final.
«Queridos hermanos y hermanas, bienvenidos». Estas fueron las
primeras palabras pronunciadas por el Papa, con voz ronca y
cansada, nada más aparecer en el marco de la ventana de su
apartamento que da a la plaza de San Pedro, en la que le esperaban,
emocionadas, varios miles de personas que le acogieron con aplausos
y vivas.
Después habló en dos ocasiones más, una al pronunciar la fórmula
en latín previa a la bendición y otra al final del Angelus, cuando
con voz ronca, pero más clara que al principio, se despidió con un
«os deseo a todos un feliz domingo, gracias».
El Obispo de Roma apareció en la ventana en solitario, en la que
no fue colocado cristal alguno, en contra de lo que se especuló en
los días pasados, para evitarle el frío y el viento y una eventual
recaída.
Pero visto que a Juan Pablo II no le gusta tener delante nada
que le quite el contacto directo con los fieles, el Vaticano no
tomó en consideración esa eventualidad.
El texto preparado para el Angelus fue leído desde el interior
de la habitación papal por el sustituto de la Secretaría de Estado
(el «número tres» del Vaticano).
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