El Palacio oficialmente eludió precisar el momento de la sepultura
y se limitó a decir que sólo estuvieron presentes los familiares
más cercanos de Rainiero, con sus hijos, Alberto, Carolina y
Estefanía, a la cabeza.
El deseo de evitar cualquier intromisión -especialmente de los
paparazzi- en un acto de marcado carácter privado había llevado a
los Grimaldi, cuyos rostros acaparan aún más de lo habitual las
portadas de las revistas en las últimas semanas, a rodear de un
halo de secretismo el momento del entierro.
En ese momento, los restos de Rainiero reposaron en el ábside de
la catedral de Mónaco, junto a los de su esposa, la mítica actriz
convertida en princesa Grace Kelly, verdadera artífice del glamour
del Principado y que perdió la vida trágicamente en 1982 al volante
de su coche.
Con su inhumación se cerraron, al menos por ahora, los numerosos
homenajes a Rainiero desde su muerte, el pasado día 6 a los 81 años
de edad y tras una larga agonía, con los funerales de Estado como
punto culminante. En un acto más íntimo y familiar que las
protocolarias exequias de Estado del mediodía, unos ochocientos
monegascos, emocionados y en silencio, llenaron la catedral para
decir adiós al soberano.
Con el presidente del Consejo de la Corona, Charles Ballerio,
como único representante oficial, Barsi destacó en su homilía la
importancia de una ceremonia que «esta vez reúne a la gran familia
monegasca» en torno a su soberano para «decirle que permanece en
nuestros corazones y que nunca lo olvidaremos».
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Si se tira de siete metros con toda la conciencia, es una caída fortuita?