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MARIBEL IZCUE-ROMA
Líderes políticos y religiosos de todo el mundo respaldaron ayer con su presencia a Benedicto XVI en la solemne misa de inicio de pontificado, celebrada por el nuevo Papa en una abarrotada plaza de San Pedro que se vistió con sus mejores galas para la ocasión.

También estuvo en Roma para asistir a la primera misa pública de Benedicto XVI Guillermo de Holanda; los Grandes Duques de Luxemburgo, Enrique y Teresa; y el príncipe Alberto de Mónaco, con una banda negra en el pecho en señal de luto por la reciente muerte de su padre, Rainiero de Mónaco.

Muchos de los dignatarios que hace dieciséis días despidieron al difunto Papa Karol Wojtyla en el Vaticano regresaron ayer al mismo lugar para saludar a su sucesor, Joseph Ratzinger, en una ceremonia seguida por unos 400.000 fieles y cerca de 140 delegaciones oficiales de todas las partes del mundo.

Tras la muerte de Juan Pablo II, Benedicto XVI ha tomado el testigo como jefe del Estado más pequeño del mundo pero, sobre todo, como líder de los más de mil millones de católicos que hay en todo el planeta, con una influencia completamente reconocida por los máximos dirigentes mundiales.

Ello se reflejó en la presencia, en el rito de ayer, de cerca de cuarenta jefes de Estado y de Gobierno, además de representantes de Casas Reales, muchos de los cuales habían presenciado cómo el entonces Cardenal alemán Joseph Ratzinger presidía el funeral del Papa Karol Wojtyla hace dos semanas, en su condición de decano del Colegio Cardenalicio.

En esta ocasión, ya con los paramentos papales, Ratzinger ofició en la Plaza de San Pedro la misa que abrió oficialmente su pontificado, que comenzó con un largo aplauso de dignatarios y fieles.

Desde el lugar preferente reservado a las personalidades, en el lado derecho de la explanada vaticana, siguieron el rito representantes de Casas Reales, entre ellos los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía; el duque de Edimburgo, esposo de la Reina Isabel II de Inglaterra, y los príncipes herederos de la Corona belga.

En las filas inmediatamente posteriores seguían la ceremonia una treintena de jefes de Estado y de Gobierno -buena parte de ellos precedentes de Europa y Latinoamérica- sentados, como establece el protocolo vaticano, en función de la letra con la que empieza el nombre de su país en francés.